Por un país libre

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La Libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a pagarla por su precio - José Martí.

miércoles, 1 de junio de 2016

El significado del concepto de raza



Párrafos tomados del Capitulo 12 del último libro de Arthur Jensen publicado en 1998, The G Factor: The Science of Mental Ability


Hoy día se lee a menudo en la prensa popular (y en algunos libros de texto antropológicos) que el concepto de las razas humanas es una ficción (o, como dijese un antropólogo famoso: "un mito peligroso"), que las razas no existen en la realidad, sino que son construcciones sociales creadas por grupos dominantes económicamente y políticamente con el propósito de mantener su estatus y poder en una sociedad. Lo que naturalmente implica este punto de vista, es que debido a que las razas no existen en ningún sentido real o biológico, no tiene sentido investigar la base biológica de cualquier diferencia racial. Yo creo que este argumento esta motivado por cinco cosas, ninguna de ellas relacionadas con la ciencia:

•           La negación del concepto de la raza es considerada como una forma efectiva para combatir el racismo - definido aquí como el credo de que los individuos que difieren visiblemente en ciertas características vistas como "raciales" pueden ser ordenados en una dimensión de “valor humano” que va de inferior a superior, y que por consiguiente, varios derechos civiles y políticos, así como también los privilegios sociales, deben ser condecidos o negados de acuerdo al supuesto origen racial de la persona. 
•           La filosofía Neo-Marxista (que todavía tiene exponentes en las ciencias sociales y en los medios de comunicación) cree que las diferencias individuales y grupales en características que son importantes psicológicamente y socialmente son el resultado de la desigualdad económica, la clase social, o de la opresión de las clases trabajadoras en una sociedad capitalista. Por consiguiente excluye la consideración de factores biológicos o genéticos (excepto aquellos que son puramente exógenos) en la explicación de las diferencias conductuales entre humanos. Esta posición ve al concepto de la raza como una invención social creada por aquellos con poderes económicos y políticos para justificar la división y la opresión de las clases desfavorecidas. 

•           Decir que el concepto de la raza (no solo las mal interpretaciones sobre él) está desacreditado científicamente es visto como una herramienta para lograr relaciones más armoniosas entre los grupos que en nuestra sociedad son percibidos como diferentes "racialmente."

•           La repulsión universal al Holocausto, el cual fue provocado por las doctrinas racistas del régimen Nazi de Hitler, produjo una repugnancia por parte de las sociedades democráticas hacia las investigaciones sobre los aspectos biológicos de la raza en relación a cualquiera de las variables del comportamiento, o al menos las más importantes. 
•           La frustración con las concepciones populares equivocadas sobre la raza llevo a algunos expertos en genética de poblaciones a abandonar el concepto de en vez de informarle al público como es visto el concepto de la raza por la mayoría de los científicos actuales.
Concepciones equivocadas sobre el concepto de la raza.
La causa principal de las concepciones equivocadas sobre el concepto es el punto de vista platónico que ve a las razas humanas como tipos distintos, es decir como categorías totalmente discretas y mutualmente exclusivas. De acuerdo a este punto de vista, cualquier variación observada entre los miembros de una categoría racial particular meramente representa una desviación individual del arquetipo, o el tipo ideal de esa "raza." Ya que de acuerdo a esta idea platónica de la raza, cada persona puede ser asignada a una o a otra categoría racial, lo que naturalmente sigue es que hay un número definitivo de razas, cada una con su juego único de características físicas distintivas, tales como el color de piel, la textura del cabello, y los rasgos faciales. El numero tradicional ha sido tres: Caucasoide, Mongoloide y Negroide, en parte derivado del punto de vista creacionista pre-darviniano de que "las razas de la humanidad" trazan su origen a los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet.

La causa de la variación biológica.
Todo lo que se conoce actualmente sobre la distribución geográfica de las diferencias raciales en características físicas humanas puede ser entendido en los términos de la síntesis de la teoría evolutiva darviniana y la genética de poblaciones desarrollada por R. A. Fisher, Sewall Wright, Theodosius Dobzhansky, y Ernst Mayr. Las razas son definidas en este contexto como poblaciones reproductoras que difieren unas de otras en frecuencias de genes y que varían en un número de características íntercorrelacionadas que son altamente heredables.

Las diferencias raciales son producto del proceso evolutivo al que estuvo sujeto el genoma humano, el cual consiste de 100.000 genes polimórficos (es decir, genes que contribuyen a la variación genética entre miembros de una especie) localizados en 23 pares de cromosomas que existen en cada célula del cuerpo humano. Los genes, cada uno con su propio locus (sitio) en un cromosoma particular, contienen toda la información necesaria para crear un organismo. Además de los genes polimórficos, también existen muchos otros genes que no son polimórficos (es decir, que son iguales en todos los individuos en la especie) y por ende no contribuyen a la variación humana. Los genes que producen variación son llamados genes polimórficos, debido a que tienen  dos o más formas diferentes llamadas alelos, cuyos códigos difieren en la información genética que contienen. Alelos diferentes, por consiguiente, producen efectos diferentes sobre la característica fenotípica determinada por el gen en un sitio cromosomatíco particular. Se dice que los genes que no tienen alelos diferentes (y por consiguiente no tienen efectos fenotípicos variables) se han ido a la fijación; es decir, que los alelos alternativos han sido eliminados hace tiempo por la selección natural durante la evolución mamífera o humana. Las funciones fisiológicas son controladas en su mayoría por los genes básicos "conserje" quienes son tan cruciales para el desarrollo del organismo y su viabilidad que casi cualquier mutación en ellos es letal para el individuo que la sufre; por ende sólo una forma de esos genes es poseída por todos los miembros de una especie. De hecho, una gran cantidad genes esenciales como esos es compartida por especies muy relacionadas; el número de genes comunes en especies diferentes esta inversamente relacionado con la distancia evolutiva entre esas especies. Por ejemplo, dos especies muy cercanas al Homo sapiens en su distancia evolutiva: los chimpancés y los gorilas, tienen el 97% (del código genético total) de sus genes en común con los humanos actuales, solo un poco menos de lo que los chimpancés y los gorilas tienen en común. Esto significa que el pequeño porcentaje (< 3%) de genes que los humanos y los grandes monos no comparten es responsable de todas las profundas diferencias fenotípicas que existen entre los monos y los humanos. La diferencia aparece como pequeña solo sí es vista desde la escala de diferencias entre todas las especies animales.

El código genético de un gen particular está determinado por las secuencias únicas de las cuatro bases químicas del ADN, acomodadas en la estructura de la doble hélice del gen. Un cambio en el código del gen (una base par), sin importar si es pequeño, puede producir un alelo nuevo o diferente que manifieste un efecto fenotípico diferente. (Muchas mutaciones, sin embargo, no tienen efecto fenotípico debido a la redundancia del ADN). Esos cambios en el ADN resultan de la mutación espontánea. Aunque las mutaciones ocurren aleatoriamente, algunos sitios genéticos tienen tasas de mutación mucho mayores que otros, yendo desde menos de uno para sitio diferente a uno por millón a quizás más de 500 millones en las células sexuales -- uno numero que no es trivial al considerar que cada eyaculación masculina contiene desde 200 a 500 millones de espermatozoides. Mientras que las mutaciones naturales o espontáneas tienen causas desconocidas, a menudo consideradas como "ruido biológico," ha sido mostrado de forma experimental que las mutaciones pueden resultar de la radiación (rayos X, rayos gamma, rayos cósmicos, y radiación ultravioleta). Ciertas sustancias químicas también son mutagénicas.

La creación de nuevos alelos por mutación espontánea junto a la recombinación de alelos en gametogénesis son condiciones necesarias para la evolución de todas las formas de vida. Un nuevo alelo con efectos fenotípicos que reduzcan la eficiencia individual en un ambiente dado, comparado con el alelo que no ha mutado que normalmente ocuparía el mismo sitio del cromosoma, pasara a unos pocos descendientes y eventualmente se extinguirá. El gen es eliminado de la existencia, al perder la competencia con otros alelos que aseguran la eficiencia del individuo. La eficiencia Biológica (también conocida como eficiencia darviniana), como un término técnico en la genética evolutiva, se refiere solamente al éxito reproductivo individual, a menudo definido operacionalmente como el número de progenie fértil superviviente de ese individuo. (Un caballo con un asno, por ejemplo, podría producir muchas crías supervivientes pero porque todas ellas son estériles, el caballo y el asno han tenido una eficacia de cero). La frecuencia de un gen particular en todos los parientes de un individuo es llamada la eficiencia inclusiva de ese gen. La eficiencia inclusiva de un gen es una medición de su efecto sobre la supervivencia y el éxito reproductivo del individuo portador del gen y de sus parientes que también portan el gen. Técnicamente hablando, una eficacia biológica individual denota nada más que la contribución genética individual a la composición genética de la próxima generación relativa al promedio de la población. El termino no implica necesariamente a cualquiera de las características que uno podría encontrar personalmente deseables como el vigor, la fortaleza física, o un cuerpo hermoso, aunque algunos de esos rasgos, en la magnitud en que ellos son heredables, indudablemente fueron seleccionados genéticamente a lo largo de la evolución solo porque, como sabemos en retrospectiva, ellos incrementaron la eficacia reproductiva en las generaciones sucesoras. La supervivencia de cualquier alelo nuevo y su tasa de distribución entre las generaciones siguientes depende del grado en el que su expresión fenotípica incremente la eficacia inclusiva de aquellos individuos que hereden el alelo. Un alelo con cualquier efecto fenotípico ventajoso, en este aspecto, se distribuye a una cantidad cada vez mayor de la población reproductora en cada generación sucesiva.

Los alelos nuevos creados por la mutación son sujetos a la selección natural de acuerdo al grado de eficacia que ellos confieran en un medio ambiente particular. Las condiciones ambientales cambiantes pueden alterar la presión selectiva para un alelo determinado, dependiendo de la naturaleza de su expresión fenotípica, por consiguiente incrementando o reduciendo su frecuencia en una población reproductora. Dependiendo de su eficacia en un medio ambiente dado, podría extinguirse en la población o podría irse a la fijación (con cada miembro de la población portando eventualmente el alelo). Muchos sitios de genes polimorficos contienen uno u otro alelo en un polimorfismo balanceado, en los que dos o más alelos con valores comparables de eficacia (en un ambiente particular) son mantenidos en equilibrio en la población. Así la mutación genética espontánea y la recombinación, junto a la selección diferencial, son mecanismos cruciales del entero proceso evolutivo. La variación en todas las características humanas heredadas ha resultado de este proceso, en combinación con cambios aleatorios causados por la deriva génica y cambios en la frecuencia de genes causados por la inmigración y los patrones de mestizaje.

Las razas como poblaciones reproductoras con límites difusos.
La mayoría de los antropólogos y genetistas de poblaciones hoy creen que la preponderancia de la evidencia de la datación de los fósiles y el análisis de distribución de muchos genes polimórficos en las actuales poblaciones indígenas argumenta que el género Homo es originario de África. Los estimados indican que nuestro predecesor directo homínido se separo de los grandes monos hace cuatro o seis millones de años atrás. El consenso de los paleontólogos humanos (de 1997) acepta el siguiente escenario básico de la evolución humana.

El Australopithecus afarensis fue un homínido pequeño (de 3’6” pies) parecido a los monos que parece haber sido ancestro de todos los homínidos posteriores. Fue bípedo, caminaba más o menos erguido, y tuvo una capacidad craneana de 380 a 520 cm3 (casi la misma que la del chimpancé, pero relativamente grande para su tamaño corporal). Esta especie se ramifico en al menos dos linajes, uno de los cuales produjo un nuevo género, el Homo.

El Homo también tuvo varias ramificaciones (especies). Aquellas que son precursoras de los humanos modernos incluyen al Homo habilis, que vivió hace 2.5 a 1.5 millón de años atrás. Uso herramientas e incluso creó herramientas, y tuvo una capacidad craneana de 510 a 750 cm3 (alrededor de la mitad del tamaño de los humanos modernos). El Homo erectus vivió desde hace 1.5 millón hasta hace 300.000 años atrás y tuvo una capacidad craneana de 850 a 1.100 cm3 (alrededor de tres cuartos del tamaño de los humanos modernos). Fue el primer homínido cuyos restos fósiles han sido encontrados fuera de África, emigro a lugares tan lejanos como Oriente Medio, Europa y Asia Occidental y Sudoriental. Ningún resto de Homo erectus ha sido encontrado en Asia Septentrional, cuyo clima helado probablemente fue demasiado severo para su supervivencia.
El Homo sapiens se separo del linaje del Homo erectus en África al menos hace 100 mil años atrás. Durante un periodo de alrededor de setenta a diez mil años atrás ellos se dispersaron desde África a Oriente Medio, Europa, toda Asia, Australia, y Norte y Sudamérica. Para distinguir ciertas especies arcaicas del Homo sapiens (Ej., el Hombre de Neanderthal) que se extinguieron durante este periodo de sus contemporáneos que eran humanos anatómicamente modernos, los últimos ahora son llamados Homo sapiens sapiens (u Homo s. sapiens); es esté linaje quien se separo del Homo erectus en África y emigro a todos los continentes durante los últimos 70.000 años. Esos humanos prehistóricos sobrevivieron viviendo en pequeños grupos que frecuentemente emigraban en búsqueda de comida. 

Distancia genética
Como las poblaciones pequeñas de Homo s. sapiens se separaron y emigraron fuera de África, las mutaciones genéticas siguieron ocurriendo a una tasa constante, como ocurre con todas las criaturas vivientes. La separación geográfica y las diferencias climáticas, con sus diferentes desafíos a la supervivencia, proporcionaron una base creciente para que las poblaciones se volvieran diferentes genéticamente a través de la selección natural. Las mutaciones genéticas que ocurrieron luego de cada separación geográfica de una población hubiera tomado lugar fueron seleccionadas diferentemente en cada subpoblación de acuerdo a la eficacia que el gen mutante confería en los ambientes respectivos. Muchas mutaciones y una gran cantidad de selección natural y deriva génica ocurrieron durante las cinco o seis mil generaciones en las que los seres humanos gradualmente se dispersaron alrededor del planeta.

La magnitud de la diferencia genética, llamada distancia genética, entre poblaciones reproductoras proporciona una medida aproximada de la cantidad de tiempo desde su separación y de la distancia geográfica entre ellas. Además del tiempo y la distancia, los obstáculos naturales al flujo de genes (es decir, el intercambio de genes entre poblaciones), tales como las montañas, ríos, mares, y desiertos, también reducen el flujo génico entre poblaciones. Tales grupos relativamente aislados son llamados poblaciones reproductoras, porque ocurre una frecuencia muy alta de matrimonios entre individuos que pertenecen a la misma población que entre individuos de diferentes poblaciones. (La proporción de las frecuencias de los matrimonios endogamicos/mixtos en dos poblaciones reproductoras determina el grado del aislamiento genético entre una y otra). Por ende los efectos combinados de la separación geográfica [o separación cultural], mutación genética, deriva génica, y la selección natural para lograr la eficiencia en diferentes ambientes tienen como resultado diferencias poblacionales en las frecuencias de diferentes alelos en muchos sitios genéticos.
  
También hay otras causas del relativo aislamiento genético resultante de las diferencias en lenguaje, así como también de ciertas sanciones sociales, culturales, o religiosas contra las personas que se casan fuera de su propio grupo. Esas restricciones del flujo génico podrían ocurrir incluso entre poblaciones que ocupan el mismo territorio. Luego de muchas generaciones esas formas sociales de aislamiento genético producen poblaciones reproductoras separadas (incluyendo ciertos grupos étnicos) que muestran diferencias relativamente ligeras en frecuencias de alelos al ser comparadas con otros grupos que viven en la misma localidad.

Cuando dos o más poblaciones difieren marcadamente en frecuencias de alelos en muchos sitios genéticos cuyos efectos fenotípicos les distinguen visiblemente por una configuración particular de características físicas, esas poblaciones son llamadas subespecies. Virtualmente cada especie viviente en la tierra tiene dos o más subespecies. La especie humana no es una excepción, pero en este caso las subespecies son llamadas razas. Como todas las otras subespecies, las razas humanas son poblaciones reproductoras con un nivel mediano de diferenciación cuyos individuos difieren en promedio en características físicas distinguibles.

Porque todas las poblaciones distinguibles de humanos modernos derivaron de la misma rama evolutiva del genero Homo, llamada Homo s. sapiens, y porque las poblaciones reproductoras tienen fronteras relativamente permeables (no biológicas) que permiten el flujo génico (mestizaje) entre ellas, las razas humanas pueden ser consideradas como "grupos genéticos difusos." Es decir, una raza es una de un numero de grupos estadísticamente distinguibles en el que la pertenencia individual a ella no es mutualmente exclusiva por un solo criterio, y los individuos en un grupo determinado difieren solo estadísticamente unos de otros y de la tendencia central del grupo en cada una de las muchas características genéticas imperfectamente correlacionadas que distinguen a los grupos como tales. El punto importante es que la diferencia promedio en todas esas características que difieren entre individuos dentro del grupo es menor que la diferencia promedio entre los grupos en esas características genéticas.

Lo que se denomina una clina resulta donde los grupos son similares en sus límites difusos en alguna característica, con gradaciones intermedias de la característica fenotípica, a menudo haciendo la clasificación de muchos individuos ambigua o incluso imposible, al menos que ellos sean clasificados por alguna regla arbitraria que ignore la biología. El hecho de que existan gradaciones intermedias o poblaciones mixtas entre grupos raciales, no contradice el concepto genético y estadístico de la raza. Los diferentes colores de un arcoíris no consisten de bandas discretas sino que son un continuo perfecto, pero aún podemos distinguir a las diferentes regiones de este continuo como azul, verde, amarillo, y rojo, y efectivamente clasificamos muchas cosas de acuerdo a esos colores. La validez de tales distinciones y las categorías basadas en ellas obviamente no necesita que ellas formen categorías platónicas perfectamente discretas. 
                                                 
Debe ser enfatizado que las poblaciones biológicas reproductoras llamadas razas solo pueden ser definidas estadísticamente, como poblaciones que difieren en la tendencia central (o promedio humano) en un numero grande de características diferentes que están bajo algún grado de control genético y que están correlacionadas unas con otras por haberse originado de los ancestros comunes quienes son relativamente recientes en la escala de tiempo de la evolución (es decir, aquellos que vivieron hace diez mil años atrás, en un tiempo en el que todos los continentes y la mayoría de las principales islas del mundo estuvieron habitadas por poblaciones reproductoras relativamente aisladas de Homo s. sapiens). 

Por supuesto, cualquier regla concerniente al número de genes que deban mostrar diferencias en frecuencias de alelos (o cualquier regla concerniente al tamaño medio de diferencias en frecuencia) entre diferentes poblaciones reproductoras para que estas sean consideradas como razas es necesariamente arbitraria, porque la distribución de las diferencias absolutas promedio en frecuencias de alelos en la población total mundial es una variable perfectamente continua. Por consiguiente, el numero de categorías diferentes, o razas, dentro de las que este continuo puede ser dividido, es en principio, bastante arbitrario, porque depende del grado de diferencia genética que un investigador particular elija como criterio para la clasificación o del grado de confianza que uno está dispuesto a aceptar con respecto a la identificación correcta del área de origen de los ancestros de uno. 

Algunos científicos creen que el Homo Sapiens tan solo tiene dos categorías raciales, mientras que otros han declarado que existen tantas como setenta. Esas probablemente representan las posiciones mas extremas en el espectro que delimita grupos extensos y grupos pequeños muy específicos. Lógicamente, podríamos seguir delimitando grupos de individuos basándonos en sus diferencias genéticas hasta que alcancemos a cada par de gemelos monozigoticos, quienes son genéticamente idénticos. Pero como cualquier par de gemelos monozigoticos son siempre del mismo sexo, ellos no pueden constituir una población reproductora. (Si hipotéticamente ellos pudieran, la correlación genética promedio entre todos los hijos de cualquier par de gemelos monozigoticos sería de 2/3; la correlación genética promedio entre los hijos de los individuos comparados aleatoriamente en la población total es de 1/2; los hijos de varias formas de relaciones genéticas, tales como los matrimonios entre primos [una forma de pareja preferida en algunas partes del mismo], estaría entre 2/3 y 1/2.) Sin embargo, como explicare más adelante, ciertos métodos estadísticos multivariables pueden proporcionar un criterio objetivo para decidir el numero y la composición de los diferentes grupos raciales que pueden ser determinados por un numero determinado de datos genéticos. Pero antes debo explicar otra fuente causante de variación genética entre poblaciones

Deriva Génica
Además de la mutación, la selección natural, y la migración, otro medio por el cual las poblaciones reproductoras podrían diferenciarse en frecuencias de alelos es a través de un proceso puramente estocástico (es decir, aleatorio) llamado deriva génica. La deriva tiene más consecuencias durante la formación de nuevas poblaciones cuando sus números son todavía muy pequeños. Aunque la deriva ocurre en todos los sitios genéticos, los caracteres mendelianos (es decir, los caracteres fenotípicos), los cuales son controlados por un solo sitio genético, son más afectados por la deriva que los caracteres poligénicos (aquellos que son controlados por muchos genes). La razón es puramente estadística.

Los cambios en las frecuencias de alelos de una población atribuidos a la deriva génica pueden ser distinguidos de los cambios producidos por la selección natural por dos razones: (1) Muchos genes son neutrales en el sentido de que sus frecuencias de alelos permanecen sin ser afectadas por la selección natural, porque ellas no incrementan ni reducen la eficacia; durante el tiempo en el que ellos se mueven entre las fronteras difusas de las diferentes poblaciones reproductoras. (2) Cuando un pequeña banda de individuos emigra y se separa de la población reproductora de origen para fundar una nueva población reproductora; lleva consigo solo una muestra aleatoria de todos los alelos, incluyendo los alelos neutrales, que existían en la población original. Es decir, que las frecuencias de alelos en todos los sitios genéticos en la banda de emigrantes no serán iguales a las frecuencias en la población original. La banda de emigrantes y todos sus descendientes (quienes eventualmente formaran una población reproductora estable y más numerosa), por consiguiente difieren genéticamente de la población originaria como resultado de un proceso puramente aleatorio.  Este proceso aleatorio se llama efecto fundador. Transforma todos los sitios genéticos. Durante todo el tiempo en el que la deriva génica ocurre, las mutaciones de genes continúan ocurriendo, y la selección natural continúa produciendo cambios en las frecuencias de alelos en muchos sitios. Así los efectos combinados de la deriva génica, la mutación y la selección natural aseguran que muchos alelos sean mantenidos en diferentes frecuencias en varias poblaciones reproductoras relativamente aisladas. Este proceso no sucede una vez y finaliza. Sigue ocurriendo, pero de forma muy lenta como para ser percibido en el corto tiempo intermedio que hay entre unas pocas generaciones.

Debe ser notado que las diferencias fenotípicas entre poblaciones que se deben a la deriva génica son considerablemente más pequeñas que las diferencias en esas características fenotípicas que estuvieron sujetas fuertemente a la selección natural, especialmente aquellas características que reflejan adaptaciones a condiciones climáticas marcadamente diferentes, tales como el color oscuro de piel (del que se piensa que evoluciono como una protección contra los rayos tropicales del sol que causan cáncer de piel y para proteger la piel contra la descomposición folate producida por la luz solar), el color claro de piel (para admitir mas rayos ultravioletas necesarios para formación de la vitamina D en la piel en las regiones del norte; también porque la vestimenta en las latitudes del norte hacía irrelevante selectivamente la presencia de la piel oscura y esta fue perdida a través de la mutación aleatoria y la deriva), y la forma redondeada o alargada del cuerpo y de la cabeza (la primera siendo más adecuada para conservar o disipar el calor del cuerpo en climas fríos y la segunda para hacer lo mismo en climas calientes, respectivamente).

Debido a que la deriva génica de los genes neutrales es un proceso puramente aleatorio, y al ser dada una tasa constante de deriva, las frecuencias diferentes de alelos de muchos genes neutrales en varias poblaciones contemporáneas pueden ser utilizadas como un reloj genético para determinar el tiempo aproximado de su divergencia. El mismo método ha sido utilizado para estimar la magnitud de la separación genética, llamada distancia genética, entre poblaciones.  

La medición y el análisis de la distancia genética entre grupos.
La tecnología genética moderna ha hecho posible medir objetivamente la distancia genética entre diferentes poblaciones con precisión considerable, o fiabilidad estadística. Esta medición está basada en un numero grande de polimorfismos genéticos de los que se piensa que son genes relativamente neutrales, es decir, genes cuyas frecuencias de alelos difieren entre poblaciones debido mayormente a las mutaciones y a la deriva génica que a la selección natural. Las frecuencias de alelos en las poblaciones pueden ser tan bajas como cero o tan altas como 1.0 (así como existen ciertos alelos que tienen altas frecuencias en algunas poblaciones pero que no son encontrados en otras poblaciones). Los genes neutrales son preferidos para este trabajo porque ellos proporcionan un "reloj" evolutivo más estable y más cuidadoso que los genes cuyos caracteres fenotípicos han estado sujetos a los tipos de diversas condiciones externas que son la base de la selección natural. Aunque los genes neutrales proporcionan un estimado más exacto de los tiempos de divergencia y separación de las poblaciones, debería ser notado que, por definición, ellos no reflejan completamente la magnitud de las diferencias genéticas entre poblaciones que son atribuidas a la selección natural.  

La razón y las formulas técnicas para calcular la distancia genética están explicadas en otros lugares. Para nuestros propósitos actuales, la distancia genética, D, entre dos grupos es simplemente la diferencia promedio en frecuencia de alelos entre dos poblaciones, Con D yendo desde cero (es decir, sin diferencias en alelos) a uno (diferencias en todos los alelos). Uno también puede pensar de D como el complemento del cociente de correlación r (es decir, D= 1- r, y r=1- D). Esta conversión de D a r es especialmente útil, porque muchos de los mismos métodos estadísticos objetivos multivariables que originalmente fueron diseñados para analizar grandes matrices de correlación (Ej., análisis de componentes principales, análisis de factor, análisis de grupos jerárquico, multidimensional scaling) también pueden ser usados para analizar la matriz total de distancias genéticas (luego de que son convertidas a correlaciones) entre un numero grande de poblaciones con frecuencias de alelos conocidas basadas en algún numero grande de genes.
El estudio más comprensible de las diferencias en frecuencias de alelos entre poblaciones hasta la fecha es el realizado por el genetista de la Universidad de Stanford Luigi Luca Cavalli-Sforza y sus colegas. Su reciente libro de 1.046 Págs. que reporta los resultados detallados de su estudio es una de las principales contribuciones a la ciencia de la genetica de poblaciones. El análisis principal estuvo basado en especimenes sanguíneos obtenidos de muestras representativas de cuarenta y dos poblaciones de cada continente (y las islas del Pacifico) en el mundo. Todos los individuos en esas muestras eran aborígenes o indígenas a las áreas de las que se eligieron las muestras; sus ancestros han vivido en la misma área geográfica desde tiempos anteriores a 1492, una fecha familiar que generalmente marca el comienzo de las exploraciones europeas alrededor del mundo y los posteriores movimientos poblacionales intercontinentales. En cada una de las muestras de población del estudio de Stanford, fueron determinadas las frecuencias de alelos de 120 alelos en cuarenta y nueve sitios genéticos. 

La mayoría de esos genes determinan varios grupos sanguíneos, enzimas, y proteínas involucradas en el sistema inmunológico, tales como los linfocitos antigenos humanos (HLA) y las inmunoglobinas. Esos datos fueron utilizados para calcular la distancia genética (D) entre cada grupo y todos los grupos. (La secuenciación del ADN también fue usada en análisis separados de algunos grupos; otorgo una discriminación genética más fina entre ciertos grupos que los polimorfismos genéticos usados en el análisis principal.) De la matriz total de (42 X 41)/2 = 861 valores D, Cavalli-Sforza y asociados construyeron un árbol de relaciones genéticas. El valor D entre dos grupos cualquiera esta representado gráficamente por la longitud total de la línea que conecta a los grupos en el árbol. (Vease la Figura 12.1.)



La distancia genética más grande, es decir, el D más grande, es la que existe entre los cinco grupos Africanos (listados al tope de la Figura 12.1) y todos los grupos restantes. El próximo D más grande es el de los grupos Australianos + Neoguineanos y los demás grupos; la siguiente separación es entre los Asiáticos meridionales + Isleños del Pacifico y los demás grupos, y así sucesivamente. Los clusters en el nivel más bajo (es decir, en la derecha en la Figura 12.1) también pueden ser agrupados para mostrar los valores D entre grandes grupos, como en la Figura 12.2. Note que esos clusters producen la misma imagen que las clasificaciones raciales tradicionales que estaban basadas en las características esqueléticas y las muchas características visibles que son usadas por los no-especialistas para distinguir a las “razas.”

ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR


Los datos biográficos esenciales de José Martí son harto conocidos por todos nosotros como para repetirlos ahora, y mucho menos si deben constreñirse al breve espacio de una charla.(1) Pero entendemos que lo que se espera de esta charla no es esa tarea que se disputarán la ninfa Eco y un salero de Cellini. De lo que se trata, en cambio, es de ver a Martí en diálogo con su época, la que le tocó vivir, la que contribuyó a hacerlo y él contribuyó a hacer. Aunque tampoco podemos anunciar novedades en este orden, un hecho es digno de señalarse desde el primer momento: que Martí nos dé la impresión de haber sido, y que nos perdone el Maestro emplear otro idioma que el suyo: The right man at the right place at right moment, lo que acaso pudiera traducirse más o menos: "El hombre apropiado en el momento apropiado". En su vida vertiginosa no parecía haber instante que pudiera desperdiciarse: sea dicho esto, por supuesto, sin la menor concesión a una suerte de fatalismo mágico. Ya sabemos que nadie escoge nada de su nacimiento: ni el hecho mismo de ocurrir ni progenitores ni lugar ni tiempo. Pero una vez que tales cosas (y otras) nos han sido dadas, no somos meros juguetes de ellas, aunque ellas nos impongan coyunturas insoslayables. De manera espléndida expresó este hecho Marx al decir: "Los hombres hacen su historia, pero no la hacen a su propio arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado". Eludiendo el escandaloso plagio hecho por Ortega y Gasset de estas líneas, intentemos ver a Martí y sus circunstancias inmediatas y mediatas.

Es bien sabido que Martí nació en el seno de una familia humilde en 1853 y en Cuba, una de las últimas colonias españolas en América, situada en las Antillas: o, como ahora se prefiere decir, en el Caribe. Estos datos, por sí solos, nos dicen cosas sobre Martí. Cinco años antes de su nacimiento, la Revolución de 1848 había conmovido a varios países europeos. En los más desarrollados de tales países, la burguesía y el proletariado iban a dar entonces, juntos por últimas vez, batallas comunes. De la traición de la burguesía a esa comunidad surgiría con mayor firmeza la validez del Manifiesto del Partido Comunista publicado en 1848 y redactado el año anterior por los jóvenes Carlos Marx y Federico Engels. (Ello conduciría en 1864, a la Primera Asociación Internacional de Trabajadores). En los menos desarrollados de aquellos países, la Revolución del 48 adquiriría visos de guerra de liberación nacional, y engendraría héroes en parte parecidos a los que en el primer cuarto de siglo habían peleado guerras relativamente similares en la América de Martí, y en parte similares al propio Martí. Por otra parte, dos años antes de nacer éste, era ajusticiado en La Habana el mercenario venezolano 
Narciso López, con lo que recibió un golpe el movimiento anexionista. Y en el propio año 1853 morían desterrados dos cubanos ilustres, el reformista Domingo del Monte y el primer gran pensador independentista de Cuba: Félix Varela.

La condición antillana o caribeña de Martí, como se ha dicho más de una vez, le es esencial. La fulgurante experiencia de Haití, cuya guerra de independencia inaugura la del resto de la América Latina, paralizó a los hacendados criollos de las Antillas, quienes, temerosos de ver repetirse con sus comarcas los sucesos haitianos, decidieron aceptar, antes que "la estrella que ilumina y mata", "el yugo" español durante muchas más décadas que sus pariguales del continente. Esto abriría posibilidades entonces insospechadas a clases populares, como aquella en que Martí naciera, y otras aún más oprimidas, que si bien tuvieron un papel destacado en las guerras independentistas suramericanas, fueron totalmente desplazadas del poder en los sucesivos y turbulentos gobiernos que siguieron a la separación de España en pueblos sin la osamenta estructural que les hubiera hecho posible un crecimiento semejante al de las trece colonias.

Primera formación de Martí

Volvamos por un momento al año del nacimiento de Martí. En el tomo seis de la voluminosa Historia general de las civilizaciones publicada bajo la dirección de Maurice Crouzet (Barcelona, 1960, p. 115) se lee lo siguiente: "Los años de 1853-1871 son singularmente agitados. Un soplo guerrero pasa por Occidente". Estos son los años de la primera formación de Martí. A continuación, el libro aduce algunos ejemplos de ese "soplo guerrero": la guerra de Crimea de 1853-56 (en la que, por cierto, participó como oficial Tolstoi, lo que le daría materia prima para su extraordinaria novela La guerra y la paz); las guerras de Italia de 1859, la guerra de los Ducados de Slewis y Holstein en 1864, las guerras austroprusianas y austroitalianas en 1866, que "transforman el mapa de la Europa central".

A esos enfrentamientos bélicos europeos se suman algunos de importancia en el hemisferio occidental. Así, entre 1855 y 1860, cuando fue ajusticiado en Honduras, el filibustero yanqui William Walker trató de repetir la aventura tejana en Centroamérica con la finalidad de anexarla al conjunto de estados esclavistas del país nacido de las trece colonias. (¡Qué resonancia adquiere en estos días ese torvo proyecto de lo que Martí llamó en 1891 "el águila de López y de Walker"!).

El propio país del águila no se encontraba aún, al concluir la sexta década del siglo XIX, suficientemente consolidado. Por una parte, se hallaban los estados del norte, industrializados, portadores de un capitalismo que requería crecer a toda costa. En los estados del sur, en cambio, una sociedad (...), con rezagos feudales, la hacía más afín a muchas de nuestras patrias que al norte de su propio país. El conflicto parecía inevitable, y, en efecto, estalló y dio lugar entre los años 1861 y 1865 a la Guerra de Secesión: una guerra históricamente positiva, porque hizo triunfar a un sistema más avanzado sobre otro más atrasado; y, a la vez, la única guerra grande que ha tenido lugar en el territorio de lo que hoy son los Estados Unidos, los cuales, como se sabe, han salido no solo incólumes sino fuertemente enriquecidos de las dos llamadas Guerras Mundiales de este siglo (siglo XX, n. de la R.). No es extraño que en los Estados Unidos, al hablarse, refiriéndose al pasado, de "la guerra", se está pensando en aquella, de la que nos separan más de ciento veinte años, pero en la cual perdieron la vida un millón 320 mil habitantes. Ni es extraño escuchar hoy a gente del sur de los Estados Unidos hablar con inapagado rencor de aquella contienda bélica como de una imposición del norte. Así fue, sin duda, aunque debamos repetir que el balance histórico resultó positivo, y no porque se hubiera propuesto y logrado la emancipación de los esclavos, como durante tanto tiempo se dijo que aún hay candorosos o maliciosos que lo mantienen, sino porque permitió la plena expansión del capitalismo, con la nueva esclavitud del proletariado, particularmente cruel con el negro; un capitalismo cuyas virtudes pronto iban a revelarse junto con sus defectos, y a pesar ominosamente sobre nuestra América. Sin embargo, es más que comprensible que el niño Martí viera con simpatía a aquel a quien años después llamó "el leñador de ojos piadosos": el astuto y larguirucho Abraham Lincoln, a quien también vieron con simpatía hombres tan inequívocamente revolucionarios como Marx y Engels.

La Guerra de Secesión terminó de consolidar en el continente un voraz proceso de crecimiento que había llevado a las ex colonias del litoral Atlántico hasta el Pacífico, y de las fronteras con Canadá hasta el golfo de México, en un proceso que incluyó una de las guerras más inicuas libradas en este hemisferio: la que entre 1846 y 1848 arrebató a México más de la mitad de su territorio.

Por otra parte, el propio México iba a conocer contemporáneamente la agresión de tres países europeos, España, Inglaterra y Francia, agresión que al cabo quedó limitada a esta última, entonces bajo la égida del "pequeño Napoleón", hecho poder en la resaca reaccionaria que siguió al fracaso de la revolución del 48, en circunstancias que Marx estudió magistralmente en su opúsculo El 18 Brumario de Luis Bonaparte. La agresión a México tenía como finalidad imponer al emperador Maximiliano de Austria, el cual giraba en la órbita del Segundo Imperio francés. Entre 1862 y 1867, esta pretensión costó a México una cruenta guerra en la que, de un lado, junto a los invasores, se alinearon las fuerzas más reaccionarias del país, mientras en defensa de este se juntaba el pueblo encabezado por los elementos de una naciente burguesía nacional en ascenso revolucionario que contó con la jefatura insigne de Benito Juárez con justicia llamado Benemérito de las Américas. El triunfo de las fuerzas revolucionarias, la ejecución de Maximiliano y al afirmación de aquella clase constituyen capítulos decisivos en la historia de nuestra América y ejercerían inmensa influencia (como en orden bien distinto los hechos estadounidenses) en la vida y el pensamiento de José Martí.

En Europa, entre 1870 y 1871 acaban de formarse las naciones italianas y alemana: al logro de la primera contribuirá una de las figuras más amadas por Martí: Garibaldi. En 1871, sobre la derrota francesa ante la potencia germánica lidereada por el canciller de hierro Bismarck, surge en París la relampagueante Comuna, el primer gobierno proletario del mundo, lamentablemente vencido en nos cuantos meses.

Mientras tanto, un notable acontecimiento tenía lugar en tierra cubana. El grupo más radical y consecuente de los hacendados cubanos de la parte oriental de la Isla lleva a cabo la hazaña fundadora de la nación: lidereado por el abogado Carlos Manuel de Céspedes, hace estallar la guerra independentista contra España en La Demajagua, el 10 de octubre de 1868. En la misma ocasión, Céspedes da la libertad a sus esclavos. Ha cortado así los dos grandes lazos que impedían el pleno desarrollado del país: la sumisión política a España y la esclavitud. Creo que todos estaremos de acuerdo en que este hecho fue la experiencia forjadora esencial de José Martí. Aunque con solo quince años al estallar la contienda, Martí es, y no debe olvidarse nunca, un hombre del 68, aunque no solo eso. Aquel adolescente precoz escribiría en favor de esa causa, y por ella sufriría presidio político y destierro. Su devisa, estampada en un texto periodístico juvenil: "O Yara o Madrid", no lo abandonaría ya nunca. "Yara" (donde tuvo lugar la primera acción bélica de los insurrectos) era para él la herencia nacionalista que ya había engendrado movimientos rebeldes rápidamente aplastados, y también figuras extraordinarias, como el Padre Varela, el poeta Heredia, el filósofo José de la Luz y Caballero, y su propio maestro, el poeta Rafael María de Mendive, a través del cual recibió mucho de esta herencia. En esa estela se habían formado hombres del calibre de Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, que encontrarían en Martí un seguidor y un panegirista excepcional.

Experiencia española

Desterrado por patriota, Martí parte hacia España a principios de 1871. Demos por conocidos los estudios que allí realizó y las polémicas en favor de Cuba en que tomó parte, para insistir en lo que consideramos las cuestiones fundamentales de su primera larga estadía española, que se extenderá hasta finales de 1874. Por una parte, Martí conoce desde su interior el carácter carcomido y arcaico del régimen imperante en España, y en consecuencia de la metrópoli de su patria. En segundo lugar, su insaciable condición de asimilador lo lleva a incorporarse cuanto de vivo le ofrece lo mejor de la gran herencia cultural española, de su literatura a su arte, de sus moralistas a sus místicos. No menos importancia que lo anterior (y en ciertos puntos, más) tendrá el hecho de que en España Martí va a asistir al azaroso alumbramiento de la primera República española, cuando en 1873 Amadeo de Saboya, a quien Engels llamó el primer rey huelguista de la historia, abandona la corona española y precipita el advenimiento de una República a la que le faltaban maduración, lucha, pueblo. Si en 1871, recién llegado a la Península, Martí había denunciado en un desgarrador panfleto los males de El presidio político en Cuba, apenas ha alboreado la República cuando ya le enrostra otro texto capital; La República Española ante la Revolución Cubana. En él Martí insta al nuevo régimen a ser consecuente con sus presuntos ideales, y a otorgar a Cuba los beneficios que pretende para sí. Tal cosa no ocurrirá, y Martí podrá conocer las manquedades de un liberalismo que ve en sus estrecheces y ruindades. El liberalismo, sin embargo, era por obligación la ideología de los revolucionarios cubanos de entonces: lo que plantea al joven Martí un dilema cuya solución tardará años en resolver, aunque ya desde ahora se encuentra situado en lo que podría llamarse la extrema izquierda de esta postura. Esta realidad se radicalizará aún más cuando, derrocada la destartalada República por un golpe de Estado, Martí ve al pueblo de Zaragoza, donde habitaba a la sazón, defender en las barricadas un régimen que, aunque insuficiente, le ofrecía algunas esperanzas. Como en otras ocasiones, en uno de los poemas de sus Versos sencillos evocará esta experiencia (nos referimos, claro, a aquel que comienza: Para Aragón en España...).

En la América nuestra

Trasladado a México, donde llega en febrero de 1875 y donde permanecerá hasta finales de 1876, Martí entra, deslumbrado, en su América. En aquel país vivirá los últimos alientos de la etapa jurista, es decir, las consecuencias de la Reforma con que se había manifestado, de la manera mas radical posible para su circunstancia, la burguesía revolucionaria en ascenso del país hermano. Es otro el liberalismo que Martí ve allí. Y es muy otra la historia que asume de inmediato como suya. Este país ha perdido más de la mitad de su territorio a manos de los Estados Unidos; este país ha sufrido el intento de recolonización por Europa y ha vencido, decapitando a un monarca de aquel continente; este país ha mancornado la Iglesia católica, privándola de sus privilegios; este país, con un rico pasado aborigen, ha tenido a su frente a un indio puro, y muchos otros, o mestizos de español e indio, ocupan sitio prominente en la República; en este país ve surgir con simpatía las luchas obreras. Este país, que no es Europa ni los Estados Unidos, será para él el pórtico de lo que pronto habrá de llamar Nuestra América. Tienen razón los mexicanos cuando consideran a Martí uno de los suyos. En lo adelante, sin dejar de servir apasionada y minuciosamente a la patria chica que lo vio nacer, la patria verdadera de Martí, en camino hacia la Humanidad toda, será la que se extiende del río Bravo a la Patagonia, e incluye las que llamará "islas dolorosas del mar".

La causa por la que lucha se ha vuelto tan inmensa como las montañas, selvas y pampas del continente que lo llena de orgullo, alegría, preocupación y esperanza. Poeta, periodista, traductor, crítico, dramaturgo, animador cultural, luchador siempre, en México aparece ya el hombre de cuerpo entero que sus quince años anunciaban con tanta certidumbre. Pero en México también se topará Martí con uno de los males más arraigados de la política latinoamericana después de la separación de la metrópoli: el caudillismo, el cual, en este caso, verá encarnado en Porfirio Díaz. El triunfo militar de este último, a fines de 1876, sobre el gobierno legalmente constituido, abrirá además el camino a un sector de la burguesía mexicana plegado a los intereses norteamericanos y amparado en una versión del positivismo considerado por los llamados "científicos" como bandera del progreso: Martí rechaza esta versión con la misma energía con que rechaza el golpe de Estado de Díaz, abandonando el país.

Su próxima estancia latinoamericana, que ocurre en Guatemala, se beneficia de lo mejor de la mexicana, y en varios aspectos no difiere mucho de ella. También en la Guatemala de 1877 una burguesía nacional defiende sus propios intereses, y gobierna en un sentido de porvenir. Incluso su presidente, Justo Rufino Barrios, se ha atrevido, poco tiempo antes de la llegada del autor de Abdala, a reconocer la República cubana en armas, lo que tiene que haber influido muy favorablemente en la opinión que le mereciera a Martí. Tres aspectos al menos es inevitable señalar en la experiencia guatemalteca de Martí. Por una parte, abre hacia el horizonte continental mucho de lo aprendido en México. Basta recordar, y ya lo ha sido hecho otras veces, que es en Guatemala donde empieza a hacerse frecuente en Martí el uso de expresiones como "nuestra América" o "Madre América", que no solo no iban a desaparecer de su mundo de ideas sino que incluso adquirirían nuevas resonancias. En segundo lugar, durante el inicio de su estancia, y sin duda influido a la vez por lo que vio tanto en México como en Guatemala, Martí nos ofrece en su cuaderno Guatemala, que vio la luz en 1878, lo que podría llamarse una visión arquetípica de la república liberal latinoamericana.

Ello nos da idea de lo que pensaba entonces Martí sobre un extremo de tal importancia: pero no es en forma alguna su última palabra sobre tal extremo. Habrá que esperar a nuevas vivencias: como la Protesta de Baraguá y lo que ella revela, la reincorporación cada vez más directa de Martí a la brega política, y su larga, aleccionadora y dolorosa experiencia norteamericana, para ver a Martí sobrepasar aquella visión, si bien nunca llegará a ofrecernos otro modelo, trasliberal, presentado en una síntesis equivalente. La tercera experiencia de Martí en Guatemala tiene que ver con algo a lo que tampoco es ajena la experiencia mexicana, pero esta vez en su costado negativo: el de Porfirio Díaz. A Martí se le hacen inaceptables los modos bruscos, por decir lo menos del presidente Justo Rufino Barrios, y decide abandonar el país en 1878. Los estudiosos de Guatemala con criterio progresista suelen juzgar la política de Barrios de manera positiva (...). No parecen ser los propósitos de ese gobierno lo que Martí impugna, sino, como hemos dicho, el estilo excesivamente riguroso del gobernante.

En Venezuela, donde vive la primera mitad del año 1881, tendrá nueva ocasión para conocer el perfil despótico de este tipo de gobernante, esta vez encarnado en Antonio Guzmán Blanco. Sin embargo, Venezuela es la patria del Libertador Simón Bolívar, casi seguramente el hombre que más admiró Martí; Venezuela ha sido una de las principales cunas de la independencia de su América, y esto habrá de permearlo profundamente.

Por otra parte, si en Guatemala Martí hace un primer balance histórico de su América, ahora en Venezuela, cada vez más nutrido de conocimientos y vivencias (había conocido, además de las tierras y cultura mencionadas, otras como las de los Estados Unidos y Francia) es capaz de hacer un balance cultural, además de alcanzar su primera gran maduración literaria. Allí en la Revista Venezolana que dirige, y de la que solo llega a publicar dos números, aparecen las páginas iniciales de lo que ha de ser la nueva literatura de nuestra América: esta literatura que en años recientes ha encontrado reconocimiento internacional y cuyas raíces se remontan a José Martí.

Las breves estancias de Martí en Cuba, entre 1878 y 1879, y poco más tarde, durante este último año, en España, a donde es nuevamente desterrado, tienen importancia sobre todo porque revelan en Martí el renacimiento de su fundamental carácter de conspirador y combatiente. De tal modo, que cuando llegue a los Estados Unidos (donde ya había estado unos cuantos días en 1875 de paso para México), pronto lo vemos vinculado al Comité Revolucionario de Nueva York que había desencadenado la llamada Guerra Chiquita. Incluso llegará a ser presidente interino de este Comité, cuando Calixto García parta a la manigua. En Cuba, donde, como Martí dijo muchas veces, se encontraba siempre, donde quiera que estuviese, habían ocurrido acontecimientos de enorme trascendencia que seguramente pesaron profundamente en la evolución ideológica de Martí. Baste recordar que en el transcurso de la década de 1868 a 1878, durante la cual el pueblo cubano combatió contra España por primera vez de modo masivo, se produjo un desplazamiento capital en la jefatura cubana de la guerra. Si esta conoció desde el principio la hostilidad de los hacendados del oeste de la Isla, cuya riqueza medraba a la sombra del poder español y de la esclavitud, sin embargo había sido iniciada por hacendados o representantes de ellos, de la parte oriental de la Isla, que encarnaban lo más revolucionario de sus circunstancias. Pero esas circunstancias fueron variando y trayendo a planos visibles a figuras de extracción social más popular. El símbolo de este hecho vino a serlo el extraordinario general Antonio Maceo, campesino medio y mulato que asume la voz de la nación al protestar en los Mangos de Baraguá contra la Paz del Zanjón. Para entonces, los hacendados, sea cual fuere su signo, habían perdido la capacidad de estar en la vanguardia de su pueblo. Nuevas clases venían a ocupar tal lugar. Esas clases encontrarían sus voceros en hombres como el general Maceo y José Martí. En el caso de este último, tal hecho se pone de manifiesto cuando al pronunciar su memorable Lectura en el Steck Hall, en enero de 1880, diga cosas como esta: "Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa desposeída, es el verdadero jefe de las revoluciones".

Vivencias norteamericanas

Como todos sabemos, aunque todavía quedan muchas cosas por estudiar sobre este punto, los años vividos por Martí en los Estados Unidos entre 1880 y 1895 (con la breve estancia venezolana de 1881 y las que a partir de la preparación de la nueva etapa de la guerra provocaron los viajes que se vio obligado a hacer por la región caribeña); esos años norteamericanos de Martí fueron sencillamente decisivos para llevarlo al grado de madurez que llegó a alcanzar. Es cierto que Martí no fue nunca un liberal clásico, y que, en todo caso, ocupó el ala más radical de esta postura, como se lee en su opúsculo La República Española ante la Revolución cubana, según ya hemos recordado. Quizás cuando más cerca se halló de identificarse con el liberalismo fue durante su estancia mexicana (y aún así, se trataba de lo que Reyes Heroles ha llamado, a propósito de otro autor "liberalismo social"), o al escribir su folleto sobre Guatemala. Pero ya en los pocos años que median entre la Paz del Zanjón y su Lectura en el Steck Hall, es patente que Martí está creciendo hacia nuevas formas de abordar la política.

Esas formas se pondrían a prueba dramáticamente durante sus cerca de tres lustros vividos en los Estados Unidos. Que Martí tenía reparos a propósito de este país, lo sabemos desde sus apuntes escritos durante su primera deportación en España, y especialmente gracias al descubrimiento, hecho por el equipo que trabaja en la edición crítica de sus Obras Completas (...) de dos artículos en que alerta sobre el peligro que volvía a representar para México la voracidad yanqui. Pero no es menos cierto que Martí vio a su llegada a los Estados Unidos aspectos positivos allí. No podía ser de otra manera: se encontraba en el que era entonces el país más progresista del planeta. Por ello no le escatimó elogios a esos aspectos, sobrevivientes de un pasado democrático, y admiró a no pocos de sus grandes hombres y mujeres. Pero el conocimiento cada vez más íntimo de la nación le fue mostrando lo que en 1894 llamó "la verdad sobre los Estados Unidos": los males del sistema que imperaba en aquella tierra, y que él había atribuido a Europa y esperaba no ver repetirse en ese supuesto país de la libertad. Es significativo, sin embargo, que en 1884, al referirse a los Estados Unidos, los llame ya "la América europea".

Hoy sabemos que Martí fue viendo surgir, en la década del 80, los rasgos de lo que después se conocería como imperialismo. El propio término imperialista aparece en él tan temprano como en 1883. Por supuesto, el vocablo no tenía todavía la connotación precisa que iba a adquirir en el siglo XX, porque esa realidad no existía aún en plenitud. Ni siquiera esa connotación precisa es la que tiene cuando aparezca por última vez en él el término en su carta inconclusa a Mercado de 18 de mayo de 1895. De lo que no cabe duda es que de que Martí no a posteriori, sino a medida que iban surgiendo, fue detectando, con pupila pasmosamente zahorí, esos rasgos que después reuniría en un haz Lenin en su obra clásica aparecida veintidós años después de muerto Martí. Autores como José Cantón Navarro y Ángel Augier han estudiado con suficiente claridad esta mirada preleninista de Martí.

Esa década del 80, en que iba consolidándose el imperialismo norteamericano, fue de inmensa importancia para el mundo todo. Precisamente como parte de esa entrada del capitalismo en su última etapa, el imperialismo se hizo necesario a las potencias desarrolladas abalanzarse cada vez más sobre el resto del mundo. Si la llegada de los europeos a América, así como el bárbaro traslado de africanos en calidad de esclavos, entre otras cosas, habían formado parte esencial de aquellas idílicas condiciones, de que hablara con sarcasmo Marx, necesarias para que se desarrollara en la Europa occidental el capitalismo, que surgió chorreando sangre y lodo por todas partes, ahora el advenimiento del imperialismo implicaba una nueva entrada de la civilización (occidental), en plan predatorio, sobre países materialmente más débiles. Considerados por sus invasores la barbarie. Así, Francia (que ya antes había puesto su garra sobre Argelia, participando con Inglaterra en las guerras contra China y organizado una expedición a Siria, además de la mencionada a México), se apoderó en 1881 de Túnez. En 1882, la lucha francoinglesa por Egipto concluyó con la victoria de Inglaterra, dueña a la sazón de numerosos territorios como Irlanda y la India. En 1884 Alemania conquistó Togo, Camerún, Sudeste Africano y Tanganica. En 1885 Francia se apoderó de Anam y Tonkín, e Inglaterra de Birmania: todo ello sin mencionar los territorios que de antiguo poseían muchos de estos países en el Caribe y otras regiones.

Las conquistas proseguirían hasta llevar al intento de los dinosaurios históricos de repartirse de nuevo el mundo repartido, lo que inevitablemente hubo de conducir a la Primera Guerra Mundial, y a la grieta por la que se hundirá el capitalismo. Pero hagamos un alto aquí para evocar una de las reuniones más repugnantes de las llamadas grandes potencias. Me refiero, a la conferencia celebrada en Berlín entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de noviembre de 1885. La civilizadora finalidad de esa conferencia, en la que participaron quince países capitalistas, era repartirse África, como los buitres se reparten un inmenso animal herido. Ante acontecimientos de esta naturaleza, no puede uno menos que recordar el notable libro del guyanés Walter Rodney Cómo Europa subdesarrolló a África.

Frente al colonialismo y el racismo

Es evidente que Martí fue particularmente sensible a la cuestión del colonialismo. Él mismo era hijo de una colonia, obligado a vivir en el destierro por oponerse a esa condición. Por eso adquirieron una intensidad tal las líneas suyas que dedicó a defender a Túnez, Egipto, Irlanda, la India, Viet Nam y muchas tierras expoliadas más, además, por supuesto, de las que les eran más cercanas. ¿Podría no tener presente Martí las guerras de rapiña de las metrópolis, y hechos como la conferencia de Berlín, cuando los Estados Unidos convocan a las naciones latinoamericanas a la primera conferencia panamericana en Washington: esa conferencia de Berlín del hemisferio occidental, con un solo buitre...que se decía águila? Realizada entre 1889 y 1890, su meta ostensible era uncir aquellas naciones (las nuestras) al carro norteamericano. Las crónicas que Martí escribió en esa ocasión, así como su discurso Madre América y sus cartas sobre el tema a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, denuncian y rechazan con claridad y energía el proyecto norteamericano. A dichos textos hay que agregar otros, especialmente el ensayo capital Nuestra América y el que dedicó a la conferencia monetaria celebrada también en Washington, esta vez en 1891, como una secuela de la anterior y en la cual Martí participó como delegado del Uruguay, cuyo consulado en Nueva York ostentaba. Bien conocidos son estos materiales para que sea menester insistir sobre ellos. Recordemos tan solo que quien era ya proclamado como el mayor escritor de nuestra América, va a ser ahora su más profundo veedor político: y nos atrevemos a decir que la cabeza más lúcida con que contaba entonces lo que más tarde se llamaría, con mayor o menor fortuna, el Tercer Mundo. La finalidad ostensible de este Tercer Mundo o submundo era obtener o, en muchos casos, reobtener en plena independencia. En países en los que se disponía ya de tal independencia, las luchas libertadoras, por obligación, eran otras. Así, el año en que Martí inicia su combate contra la primera conferencia panamericana en Washington, 1889, la vanguardia de la clase obrera, numerosa ya en los países capitalistas desarrollados, crea en París la Segunda Internacional. Esta sincronía, que entonces pudo ser azarosa, revelaría su condición nada azarosa en años subsiguientes.

La lucha obrera no fue, ni pudo ser, el centro de la vida de Martí, que debía proponerse como meta inmediata obtener la liberación de su tierra. Pero se equivoca quien deja en la sombra que aquella lucha no le fue ajena a Martí. Supo de ella tempranamente, en México, y tomó partido en su favor, colaborando incluso en el periódico El Socialista y siendo electo delegado para el primer congreso obrero de aquel país. Sería sin embargo en los Estados Unidos donde "el colosal problema" iba a presentársele de una forma que no existía aún en sus atrasadas tierras latinoamericanas y caribeñas. Al morir Marx, en 1883, Martí, sin expresar identificación con su doctrina, le dedica cálidos elogios porque "se puso del lado de los débiles".

Por otra parte, la década del ochenta del siglo pasado (siglo XIX, n. de la R.) está particularmente sacudida por grandes huelgas de los obreros norteamericanos. Terminada la conquista del territorio continental y concluida la guerra civil con la victoria del norte industrial, la lucha de clases, a la manera de los países capitalistas europeos, se hace presente en los Estaos Unidos, como ha explicado Engels. Esas luchas adquieren particular incandescencia con los sucesos de mayo de 1886 en Chicago, los cuales encontrarán en Martí un comentarista en vías de creciente radicalización. Si al principio da crédito a las falaces versiones oficiales, su última crónica, de noviembre de 1887, a raíz del asesinato "legal" de los obreros a quienes se imputan aquellos sucesos, lo muestra enteramente a favor de esos obreros, y consciente de la falsedad del capitalismo norteamericano, sentado allí como el sistema capitalista todo, en el banquillo de los verdaderos culpables. Ello es lo que da un dramatismo particular a la expresión que restalla en esa crónica suya sobre el crimen: 
"¡América es pues lo mismo que Europa!"
O dicho con los término que emplearíamos ahora nosotros: uno es en todas partes, y desastroso, el régimen capitalista. Recordemos que dos años más tarde, en 1889, la Segunda Internacional, en homenaje a los mártires de Chicago, escogerá el primero de mayo como Día Internacional de los Trabajadores. Martí, comentarista mayor de los acontecimientos desencadenados aquel día, no es un socialista científico. Pero mucho menos es un liberal. Se ha propuesto para designar su pensamiento de madurez -claramente expreso en líneas como las aludidas- la denominación de "demócrata revolucionario": denominación que es aceptable si no la consideramos como una nueva etiqueta paralizante, sino como una forma de acercarnos a la teoría y la práctica de un hombre en vías de ininterrumpido desarrollo hacia formas cada vez más radicales, que no solo lucha por la independencia de su patria, sino que conoce los males del capitalismo, la amenaza que, en su etapa de mayor madurez (el imperialismo), este representa para Cuba y para nuestra América toda, y la justicia de la causa obrera.

En los Estados Unidos, entre tantas otras cosas, Martí termina también de comprender las razones últimas de la discriminación racial, lo que lo lleva a ser uno de los antirracistas más irreductibles del siglo XIX: quizás sea útil recordar que el año de su nacimiento, 1853, Gobineau, uno de los egregios padres del racismo moderno, comenzó a publicar su libro fundamental sobre el tema; y también que en el siglo XIX y aún en el XX, el racismo inficionó a demasiados pensadores progresistas. Si ya a sus nueve años, en Cuba, la contemplación del espanto de la esclavitud del negro le hizo jurar a Martí "lavar con su vida el crimen" (véase el poema de los Versos sencillos que comienza: "El rayo surca, sangriento..."), y si en México y Guatemala había visto con indignación el abestiamiento del aborigen americano, lo que entonces era el resultado de una nobilísima reacción moral, iba a mostrarle en los Estados Unidos sus raíces políticas y económicas. La extinción de la esclavitud del negro en los Estados Unidos, tras la Guerra de Secesión, iría acompañada de un denigrante racismo en relación con el esclavo asalariado de tez oscura; mientras el aborigen -que en México dio hombres como Juárez y Altamirano- era en los Estados Unidos víctima de lo que, en libro que lo marcó, Helen Hunt Jackson llamó un siglo de infamia: víctima de crímenes, engaños, robos, alcoholización, hasta ser arrinconado, como animal de un atroz zoológico, en las sórdidas "reservaciones". No está de más recordar que aquellas realidades que Martí contempló, horrorizado, hace un siglo, siguen vigentes hoy en día.

Resumen y vigencia

El Martí que vivió para adherir a "la causa de Yara", defenderla y sufrir por ella presidio y exilio; que conoció por dentro la decadente España monárquica y la insuficiente primera República española con su liberalismo de pacotilla; que en el México de aliento juarista -y, en cierta forma, en la Guatemala de Barrios- entró en conocimiento de "nuestra América mestiza"; que supo del caudillismo y el atraso latinoamericanos; que conoció y repudió la rapiña colonialista que conduciría a la Primera Guerra Mundial; que vio surgir en los Estados Unidos el imperialismo y, en consecuencia, la inminente agresión de una nueva metrópoli sobre nuestras tierras; que, en aquel país entendió la justicia de las luchas obreras y la falacia de la discriminación racial: ese sorprendente right man at the right place at the right moment, comenzó a organizar en 1891, e hizo realidad al siguiente, con la experiencia que le daban los hechos mostrados y su participación en distintos proyectos políticos, el Partido Revolucionario Cubano, con la finalidad de independizar a Cuba de España, auxiliar a Puerto Rico en faena similar, frenar el entonces naciente imperialismo yanqui, y establecer en Cuba una República democrática "con todos y para el bien de todos". No en balde el Partido, aunque obligadamente multiclasista, tenía como columna vertebral a "los pobres de la tierra" con los que Martí había decidido "su suerte echar".

Insistimos sobre un punto anterior: sin lo que aprendió en los Estados Unidos -en su vida política, con sus feroces partidos mayores que no eran (ni son) otra cosa que las dos alas del partido único de la plutocracia yanqui; en su lucha social, con la brega obrera y de las masas discriminadas-. ¿Se hubiera dado el Martí capaz de identificarse plenamente "con los pobres de la tierra", idear, fundar y conducir el Partido Revolucionario Cubano de tan variados objetivos, rechazar con su violencia lúcida el racismo, como se ve en su texto "Mi raza" (1893 ?) Aquellas circunstancias norteamericanas que bebió hasta el fondo del cáliz, lo capacitaron, según lo que Marx gustaba de llamar la ironía de la historia, para ser el primer antimperialista cabal de nuestra América -y dejar lecciones válidas para otras partes del mundo-, y tomar medidas prácticas a fin de que sus ideales se hicieran realidad.

El resto es igualmente bien sabido. Desencadenada el 24 de febrero de 1895 la etapa de la guerra que debía independizar a Cuba de España e impedir, con ese hecho, "que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América" -según sus palabras insustituibles-, Martí muere en el primer combate militar en que participa, el 19 de mayo de 1895. No se suele tener en cuenta que también ese año fallecieron dos hombres bien diferentes entre sí que nada supieron de Martí, pero que tuvieron que ver con las luchas de este: uno fue el oscuro John Louis O'Sullivan, periodista y diplomático que cincuenta años antes había forjado, con vistas al futuro norteamericano, el sintagma "destino manifiesto", que tanto habría de pesar en ese futuro, y renacer con obras como La influencia del poder del mar en la historia (1890), de Alfred Thayer Mahan, verdadero tratado geopolítico para el imperialismo de los Estados Unidos; el otro hombre enteramente distinto, fue el luminoso Federico Engels, quien con Marx había sentado genialmente las bases del materialismo dialéctico e histórico, y abierto así la humanidad para el mayor vuelco que ella iba a conocer. Por su parte el gran continuador y enriquecedor de aquellos fundadores, Vladimir Ilich Lenin, al desaparecer Martí frisaba los veinticinco años, e iniciaba su magna carrera política.

No ha faltado el distraído a quien parezca extraño que se acerquen los nombres de Martí, Marx y Engels, y Lenin. Sin embargo, la historia no da la razón a ese distraído. Una buena biografía de Engels, debida a E. A. Stepanova, recuerda: "Federico Engels murió al iniciarse una nueva época, la del imperialismo y las revoluciones proletarias" (E. A. Stepanova: Federico Engels, trad. De L. Vladov y P. M. Merino, Montevideo, 1957, p. 309). Ni Marx ni Engels llegaron a estudiar esa nueva época (vivida y percibida por Martí, dadas las circunstancias en que él se movió), lo que sí haría, de modo magistral Lenin, y al frente de su imprescindible libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, aparece mencionada la guerra que en 1898 los Estados Unidos libraron contra España para arrebatarles Cuba, virtualmente dueña ya de su destino por el abnegado combate de su pueblo, como pórtico visible del imperialismo. Esto lo había vislumbrado José Martí, muerto tres años antes con plena conciencia de los inmensos riesgos que pesaban sobre su país, su América, su mundo.

No hay que forzar la mano para señalar similitudes entre Martí y Lenin. En su Informe al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, en 1975, el hombre que como nadie ha fundido las herencias de Martí y Lenin, Fidel Castro, expresó: 
Bajo la guía de Martí, cuyo genio político rebasó las fronteras de su tierra y de su época, se organizó un Partido para dirigir la Revolución. Esta idea, que paralelamente desarrolló también Lenin para llevar a cabo la revolución socialista en el viejo imperio de los zares, es uno de los más admirables aportes de Martí al pensamiento político.
Y más adelante, después de mencionar la conciencia martiana de "la nueva tendencia imperial surgida del desarrollo capitalista de los Estados Unidos, que él supo ver con claridad impresionante", añade Fidel: 
En este pensamiento y en la interpretación y calificación de Lenin de la guerra hispanoamericana como la primera guerra imperialista, se dan la mano dos hombres de dos escenarios históricos diferentes y dos pensamientos convergentes: José Martí y Vladimir Ilich Lenin. El uno símbolo de la liberación nacional contra la colonia y el imperialismo, el otro forjador de la primera revolución socialista en el eslabón más débil de la cadena imperialista: liberación nacional y socialismo, dos causas estrechamente hermanadas en el mundo moderno. Ambos con un partido sólido y disciplinado para llevar adelante los propósitos revolucionarios, fundados casi simultáneamente entre fines del pasado siglo y comienzos del actual.
Cuatro años después de publicado su libro sobre El Imperialismo…, triunfante ya la Gran Revolución de Octubre, Lenin diría en 1921, en el tercer congreso de la Internacional Comunista, al subrayar "el significado del movimiento de las colonias": 
en las futuras batallas decisivas de la revolución mundial, el movimiento de la mayoría de la población del globo terráqueo, encaminado en sus comienzos hacia la liberación nacional, se volverá contra el capitalismo y el imperialismo, y desempeñará probablemente un papel revolucionario mucho más importante de lo que esperamos.
Estamos convencidos de que ese papel es el que le había encomendado Martí a la Guerra de 1895, la cual tiene así un carácter precursor de nuestra época, explica en toda su hondura la audaz declaración del compañero Fidel al proclamar la autoría martiana del 26 de julio de 1953, y hoy mismo revela en plenitud el valor de las líneas que en 1893 escribió el Maestro a su hermano Fermín Valdés Domínguez: "Moriremos por la libertad verdadera, no por la libertad que sirve de pretexto para mantener a unos hombres en el goce excesivo, y a otros en el dolor innecesario". 


Roberto Fernández Retamar (La Habana, 1930) Ensayista, poeta, profesor, editor. Presidente de Casa de las Américas. Premio Nacional de Literatura (1989). Textos suyos se han traducido a varios idiomas y ha colaborado con distintas publicaciones cubanas y extranjeras. La poesía contemporánea en Cuba (1954), Con las mismas manos (1962), Ensayo de otro mundo (1967), Calibán, apuntes sobre la cultura en nuestra América (1971), figuran entre sus obras. 
Relación de notas.
(1) Charla ofrecida el 31 de octubre de 1984 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, para inaugurar el ciclo Vida y obra de José Martí, organizado por la Cátedra Martiana de dicha Universidad. 25 de enero de 1985 RC/VM/

Américo Lugo a Trujillo


Cosas de la historia

La presente carta la remitió Américo Lugo a Trujillo y ella lo llevó "a la prisión domiciliaria de por vida", refleja la fortaleza de espíritu y, la rebeldía y dignidad del Príncipe de las Letras....

Ciudad Trujillo, D...istrito de Santo Domingo,
13 de Febrero de 1936

Generalísimo
Rafael L. Trujillo.
Presidente de la República.
CIUDAD

Honorable Presidente:

En el discurso pronunciado por Ud. el 26 de Enero último al inaugurar el acueducto y el mercado de Esperanza, hace Ud. una afirmación que no puedo dejar pasar por alto, relativa al encargo que, a iniciativa de Ud. me fue propuesto por el gobierno dominicano y que, aceptado por mí, dio ocasión al contrato celebrado entre éste y yo en fecha 18 de julio de 1935, y en virtud del cual me he comprometido a escribir una nueva Historia de la Isla de Santo Domingo. Dicha afirmación es la siguiente: "Que Ud. me ha confiado el encargo de escribir, en calidad de Historiador Oficial, la historia del pasado y del presente".

 Me veo en la necesidad de ocupar su elevada atención para manifestarle que no me considero historiador oficial ni obligado a escribir la historia de lo presente. No me considero historiador oficial, porque mi convenio excluye por naturaleza de toda idea de subordinación y debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia.

 No recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa. Tampoco me considero historiador del presente, porque, por el contrario, la cláusula primera de mi contrato con el Gobierno Dominicano excluye de manera expresa el escribir la historia del presente.

 Dicha cláusula dice así: "El doctor Américo Lugo se obliga frente al Gobierno Dominicano a escribir una obra intitulada Historia de la Isla de Santo Domingo, que constará de cuatro volúmenes en octavo, de cuatrocientas páginas, más o menos, cada volumen; la cual comprenderá el período comprendido entre los años 1492 a 1899, o sea desde el descubrimiento de la isla hasta la última administración del Presidente Ulises Heureaux inclusive. A partir de esa fecha, el Dr. Lugo se obliga a hacer en su obra un recuento histórico de las demás administraciones". 

 "Recuento" significa: Enumeración, inventario". En consecuencia, recuento histórico significa una enumeración de sucesos históricos; pero de ningún modo significa escribir la historia de dichos sucesos.

 Y un recuento es lo único a que me he obligado, a contar de 1899 o sea de la última administración del Presidente Heureaux. El título de historiador oficial carecía de sentido aplicado a un historiador del pasado. No podría referirse sino a la persona nombrada para escribir la historia de la administración actual; y la historia de la administración actual está excluida de mi Contrato, con el Gobierno Dominicano, como lo está la de todas las demás administraciones públicas posteriores al 26 de julio de 1899. Yo manifesté al enviado de Ud. que mi deseo era y había sido siempre no escribir historia sino hasta el año 1886 solamente. Se me arguyó que mi historia quedaría muy atrás para los estudiantes; y en obsequio de éstos convine en alargarla hasta 1899 y en hacer un recuento o enumeración de sucesos históricos a contar de esa fecha, pero nada más.

 A Ud. no podía sorprenderle que yo me negase a traspasar en mi historia, los linderos del siglo XX. Ud. recordará que en Marzo de 1934 Ud. me ofreció una fuerte suma de dinero para que yo salvara mi casa, a cambio de que yo escribiera la Historia de la Década, lo cual era proponerme que fuese su historiador oficial; y Ud. recordará así mismo que preferí perder mi casa, como efectivamente la perdí, contestando a Ud. en carta de fecha 4 de abril de 1934 lo siguiente: "Yo podría ser, aunque humilde, historiador, pero no historiógrafo...
Creo un error la resolución de escribir la historia de la última década. Lo acontecido durante ella está todavía demasiado palpitante. Los sucesos no son materia de la historia sino cuando son materia muerta. Lo presente ha menester ser depurado, y sólo el tiempo destila el licor de verdad dulce y útil para lo porvenir. Todo cuanto se escribe sobre lo actual o lo inmediatamente inactual, está fatalmente condenado a revisión.

 La administración del general Vásquez y la de Ud. sólo podrán ser relatadas con imparcialidad en lo futuro. El juicio que uno merece de la posteridad no depende nunca de lo que digan sus contemporáneos; depende exclusivamente de uno mismo. Aparte de estas consideraciones decisivas, yo no podría escribir ese trozo de historia por dos razones: la primera, mi falta de salud; la segunda, mi falta de recursos. Recibir dinero por escribirla en mis presentes condiciones, tendría el aire de vender mi pluma, y ésta no tiene precio".

 No cabe en lo posible que quién escribió a Ud. lo que precede, acepte, ahora ni nunca, el cargo de Historiador Oficial. Aunque Ud. hubiera de alcanzar y merecer todo lo que se propone y dice en su discurso, de lo cual yo me alegraría por el bien que reportaría el país, yo no sería su historiógrafo. No puedo serlo de nadie. Un historiógrafo o historiador oficial huele a palaciego y cortesano, y yo soy la antítesis de todo eso. No soy ni puedo ser sino un humilde historiador de lo pasado, y sólo como tal me he obligado con el Gobierno. Un historiador oficial es un historiógrafo, y la diferencia que hay entre simple historiador e historiógrafo ha sido magistralmente expuesta por Voltaire en su "Diccionario Filosófico", vocablo "Historiografía", en donde dice: "Este título es muy distinto del título de historiador. Se llama historiógrafo en Francia al hombre de letras que está pensionado.
Es muy difícil que el historiógrafo de un príncipe no sea embustero, el de una república adula menos, pero no dice todas las verdades. En China los historiógrafos están encargados de coleccionar todos los títulos originales referentes a una dinastía... Cada soberano escoge su historiógrafo. Luis XIV nombró para este cargo a Pellisson. . . "

 También se debe a mi exclusiva iniciativa la cláusula séptima del referido contrato del 18 de julio de 1935, cláusula que se refiere a la cesión de 5.000 ejemplares al Gobierno Dominicano. Esta no me exigió nada; pero yo no hubiera aceptado su oferta de escribir una historia sino a condición de ofrecer, a mi vez, la manera de reembolsar ampliamente la cantidad de dinero que costase escribirla y editarla. Es mi firme voluntad, sean cuales fueren las condiciones en que yo escriba mi Historia; poner desinteresadamente mi obra, por algún tiempo, a disposición del Estado.

 He aceptado escribir una nueva historia de Santo Domingo a pesar de mi poca idoneidad por la razón capital expresada en 1932, en mi introducción al curso oral sobre historia colonial, cuando digo: "El efecto más doloroso para nosotros de la decadencia de la isla ha sido que, desde entonces, la historia de ésta quedó enterrada en los archivos coloniales; y allí está y estará hasta que la rescate de la noción que la conciencia nacional va creando de sí misma y tan poco a poco como lo requiere el hecho de que la formación de la conciencia nacional depende del conocimiento de la historia patria".
Cuando Ud. me propuso escribirla, envió a decirme que Ud. consideraba que prestaría un servicio eminente a las generaciones futuras aportando su concurso para que yo la escribiera, y yo acepté, por mi parte, el escribirla, con el único pero elevado propósito de contribuir, siquiera modestamente, a la formación de la conciencia nacional, que todavía no existe pero acepté teniendo cuidado en evitar, como se ve en las cláusulas primeras y séptima de mi contrato, que nadie pueda erróneamente figurarse que pertenezco a la farándula que sigue a Ud. como sigue a todos los potentados de la tierra, tratando de medrar a cambio de lisonjas.

 Creo que, en honor a la verdad, si Ud. hubiera podido tener a mano y compulsar el contrato que he celebrado con el Gobierno Dominicano, no se habría expresado en la forma en que lo hizo, atribuyéndome un cargo que no tengo y una obligación que no me corresponde. Creo también que aunque Ud. me haya tratado muy poco, me conoce lo bastante, como me conoce todo el país, para saber que yo no me puedo consentir en verme uncido a ningún carro triunfal.
La virtud y la ambición son en principio incompatibles. Los vencedores no tienen entrada franca en mi cristianizado espíritu. Los que la tienen son los pobres y los humildes. "Los humildes serán ensalzados y de los pobres es el reino de los cielos", dice el Evangelio. En cuanto a los grandes triunfadores, éstos pertenecen a la historia: ella se los entrega a la posteridad, y la posteridad ha de juzgarlos. No se puede formar Juicio histórico contemporáneo sin violar la jurisdicción de ese tribunal misterioso y supremo.

 Yo no tengo "una mentalidad erudita". Sólo tengo ideas claras y rectitud de corazón. No he estudiado nunca por la simple curiosidad de saber, sino, conforme a Aristóteles, para ser bueno y obrar bien. En este sentido creo que la lectura de la historia es una suprema lección de moral. Es injustificado el desdén hacia la historia del pasado. No hay pasado obscuro. La obscuridad sólo está en nosotros. Es del pasado de donde viene siempre la luz con que vemos hoy con el espíritu las cosas, sencillamente porque no puede venir del porvenir. El porvenir sería tan obscuro como la muerte, si no fuera porque la luz de lo pasado es tan potente que permite prever ciertos acontecimientos de un futuro próximo.
Y la ciencia difícil del mando es la eminencia sobre la cual la historia proyecta con más claridad la luz. Aunque la marcha de la humanidad sea progresiva, el hombre de Estado debe abismarse en la contemplación de lo pasado, porque éste es raíz, tronco y savia de los frutos del presente, sin los cuales éste se marchitaría y se secaría como rama arrancada del árbol.

 Antes de elaborar sucesos históricos es indispensable estudiar los sucesos realizados por las generaciones anteriores. Ellos son la experiencia de la vida; ellos suministran las reglas y modelos. Y de modo singular necesita el político el conocimiento del pasado de su pueblo, porque ese pasado es la cantera de los materiales apropiados para la fábrica de una obra política verdaderamente nacional. La índole de un pueblo no puede estudiarse sólo en su generación viviente. En política ninguna solución es fácil; ningún error es teórico. Las disposiciones legislativas de un pueblo, aunque sean científicas; son perturbadoras cuando no respondan a sus necesidades, a su situación, opiniones y creencias.

 Lo que se llama reconstrucción nacional debe hacerse de acuerdo con lo pasado: la reconstrucción contra el pasado es pura ideología; es lo mismo que si para reparar un edificio, se prescindiese de él.
Los más grandes, guiadores de sociedades y de ejércitos han medido sus pasos por la lección de la historia y acuñado sus hazañas en este acerado y finísimo troquel. Los mejores reyes y capitanes de Grecia y Roma y del mundo se criaron y formaron en el regazo de la historia, y aún algunos magistralmente la escribieron. La almohada de Alejandro era la Ilíada junto con su espada; César puso al lado de la suya sus admirables Comentarios; y Napoleón, en sus reflexiones sobre la campaña del Magno Macedonio, nos revela su atento y profundo estudio de lo pasado. El rey Alfonso el Sabio, el hombre más culto del siglo XIII, escribió la Historia de España para enseñar al pueblo español sus orígenes; también escribió la del suyo el profeta Moisés, mientras lo guiaba a la tierra prometida; y Mahomet el Conquistador leía y fundaba escuelas mientras combatía. La excelsitud no se improvisa. Las grandes acciones exigen poderoso y cultivado entendimiento, y necesitan ser puestas, antes de ser realizadas con audacia, bajo el signo de la prudencia, virtud suprema del que manda y rige pueblos y que sólo se acendra en la lección atenta de la historia.

La actual generación dominicana es precisamente, en mi pobre concepto, la más desgraciada de cuantas han hollado con su planta el suelo de la isla sagrada de América.
Débese esto a la Ocupación Americana, que fue escuela de cobardía y envilecimiento, debilidad y corrupción, y cuya acción depresiva y deletérea destruyó la energía del carácter, la seriedad de la palabra, la vergüenza en el obrar, dejando, a la hora de la Desocupación, un pueblo muelle, despreocupado y descreído sobre esta tierra de acción y de fe, que fue almáciga de héroes desde los primeros tiempos del descubrimiento del Nuevo Mundo y que dio a éste, en el siglo XIX, un príncipe de la libertad en Francisco del Rosario Sánchez. Los poderes públicos deben estimular en nuestra juventud el florecimiento de aquellas energías de que dieron alta prueba Meriño frente a Santana, Luperón frente a España, Emiliano Tejera frente a Báez, Luis Tejera frente a la tentativa filibustera de 1905, y, frente al desembarco de los norteamericanos en San Pedro de Macorís, Gregorio Urbano Gilbert.

 Es menester buscar al historiador dominicano que más se asemeje a Tucídides, para que evoque en toda su épica belleza el proceso glorioso de esta república nuestra durante la Anexión y riegue con la corriente y declaración de los sucesos antiguos los modernos, a fin de vigorizar la debilitada cepa del presente.

 Mi creencia, cada vez más arraigada, de que el pueblo dominicano no constituye nación, me ha vedado en absoluto ser político militante. No he sido, dentro de los términos de mi país, ni siquiera alcalde pedáneo. En una serie de artículos publicados en 1899 y reproducidos luego en "A Punto Largo", he escrito lo siguiente: "Gobernar es Amar".

 "Son, a mi ver, más compulsivos para el político que para el sacerdote los deberes de humanidad, dulzura, piedad y tolerancia, porque lo más grave de la ley es como afirma San Mateo, el juicio, la misericordia y la fe. Para mí la cuestión no es dispensar el bien y el mal como las divinidades antiguas, sino hacer el bien; es no adoptar resoluciones que no estén cimentadas en la rectitud del corazón, es dar al pueblo toda su personalidad enérgica y viril, fortificando diariamente su espíritu en el rudo ejercicio de la libertad, que es el único que produce los caracteres enérgicos que forman las naciones y mantienen independiente al estado de toda dominación extranjera; es proporcionar, no la educación meramente intelectual que sólo sirve para aumentar las filas de los peores auxiliares del poder, sino la que fecundiza, extiende y vivifica la libertad jurídica, hasta el punto de producir la libertad política, que es la verdadera libertad; es poner fuera de todo alcance los derechos del ciudadano y reducir al mínimum necesario los de los poderes públicos, es finalmente, consagrarse al bien público con perfecto desinterés material e inmaterial, amar la pobreza y practicarla, despreciar el aplauso en absoluto, adoptar sólo los medios que justifiquen la nobleza de los fines y acuñar la paz en las palabras, en las medallas, en los actos y en las almas.

 Suplico a Ud. dispensarme por haberle distraído de sus importantes ocupaciones, y espero que Ud. no tendrá inconveniente en reconocer, como es de estricta verdad y justicia, que no estoy encargado de escribir la historia del presente, sino la del pasado hasta el 26 de Julio de 1899, y que lo único a que estoy obligado, respecto del presente es a hacer una enumeración de los sucesos históricos a contar de 1899, todo de conformidad a mi contrato con el Gobierno Dominicano, de fecha 18 de julio de 1935; y que es conforme a este criterio que debo continuar escribiendo la Historia de la Isla de Santo Domingo.

Soy de Ud. Honorable Presidente, con sentimientos de la consideración más distinguida.

AMERICO LUGO
 
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