Por un país libre

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La Libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a pagarla por su precio - José Martí.

martes, 7 de junio de 2016

La Historia al Revés

PALABRAS DE PRESENTACIÓN DE LA OBRA “LA HISTORIA AL REVES”, DE GUIDO RIGGIO POU, ATENEO AMANTES DE LA LUZ, SANTIAGO, 12 DE DICIEMBRE DE 2013.

El bicentenario del nacimiento de Juan Pablo Duarte, lo mismo que el sesquicentenario de la Restauración de la República, eran conmemoraciones que la intelectualidad dominicana esperaba que fueran celebradas a la altura de su importancia en la definición de nuestro ethos nacional. Se pensaba que, durante todo el año, las figuras del Padre de la Patria y los próceres restauradores serían evocadas hasta el cansancio. Pero corroída como está nuestra memoria histórica y desviada la atención hacia temas que se entienden más importantes, esas efemérides no han tenido la proyección esperada y han calado mínimamente en la población, salvo contados esfuerzos institucionales dispersos. En este desvaído contexto, Guido Riggio Pou lanzó al ruedo un tema que ha despertado el interés de no pocos historiadores y estudiosos de la vida de Duarte: su pretendida excomunión por el vicario Tomás de Portes e Infante en 1844, tesis a la que dedicó varios artículos en el periódico digital Acento en la primera mitad de este año. 
La cuestión alcanzó nivel de debate cuando Juan Daniel Balcácer, presidente de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, y el sacerdote jesuita José Luis Sáez, historiador eclesiástico, expresaron que esa exclusión del rebaño católico del Padre de la Patria no tuvo lugar, por no contener el texto excomulgatorio mención directa a Juan Pablo Duarte y tratarse sencillamente de una conminación fijada por demás en una Carta Pastoral. Balcácer llevaría al papel sus consideraciones en un ensayo titulado “Duarte nunca fue excomulgado”, reproducido posteriormente en el número 185 de la revista Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, correspondiente al período enero-junio de este año, y en la que el Dr. Emilio Cordero Michel, su editor, juzga esta polémica de bizantina, por no tener el contradictor de Balcácer fundamento documental alguno para el sustento de su argumento, atendiendo a que la Carta Pastoral de Portes no llama a Duarte por su nombre. 


Más allá de ser una respuesta a la tesis de la no excomunión de Duarte, Guido Riggio Pou se propone con esta obra que hoy presentamos dar a conocer cómo la historia nacional ha sido manipulada por los que llama “historiadores tendenciados”,los que han creado una “historia al revés”, que esconde la realidad de los hechos del pasado. Con este ensayo se ha propuesto enderezar ese entuerto, y en especial un episodio clave de nuestro devenir, cual es el momento fundacional de la República en 1844, y de manera específica, la participación en este de la Iglesia Católica y la masonería. Para Guido, los curas y los masones son los ejes dominantes de la simiente del proceso independentista, los dos sectores que se ven enfrentados ideológicamente en la definición iniciática de nuestra identidad nacional, un hecho ocultado por la historiografía tradicional.
Contextualiza su pretensión a partir del enfrentamiento secular entre el catolicismo y la masonería en Europa, instituciones que en el traslado de sus disputas a América no hicieron excepción de la parte este de la isla de Santo Domingo. La pugna entre el clero y las logias, manifiesta con intensidad a partir de la Ocupación Haitiana de 1822 a 1844, se expresaría con renovado vigor en este último año, cuando, de un lado, la Iglesia  Católicatemerosa de no poder recuperar los privilegios que le habían sido arrebatados durante el gobierno de Boyer de concretarse el cambio político pretendido por el partido duartista – una nación libre, soberana e independiente y no una nación sometida al protectorado deseado de Francia - , cerró filas junto al poder militar, encarnado en el general Pedro Santana, para desarticular esa opción. En el otro extremo, la masonería brindaría sus espacios para congregar a los patriotas liberales que propugnaban por la liberación plena, al tiempo de aportarles su bagaje simbólico para definir las armas heráldicas de la identidad dominicana en latencia. Es en este marco que Guido contrapuntea las acciones de las cabezas visibles de ambos bandos: el vicario apostólico Tomás de Portes e Infante, máximo representante del Papa en Santo Domingo, y Juan Pablo Duarte, quien había abrevado en las fuentes masónicas europeas para la fundación de la sociedad secreta La Trinitaria y la concepción de los símbolos nacionales.

 En su empeño por esclarecer en su más entrañable intimidad los contrastes entre la Iglesia conservadora y los masones liberales, valiéndose de un texto de Fernando Pérez Memén, el autor deja establecido que desde 1840 ya la Iglesia conspiraba contra la dominicanidad, que el alto mando clerical y la mayoría sacerdotal propugnaban por la anexión o el protectorado de una potencia extranjera, procurando recuperar sus privilegios; que Portes fue un activista político afrancesado e hispanófilo, pero jamás pro duartiano; que la persecución emprendida contra sacerdotes duartistas, como el Pbro. José Eugenio Espinosa, de La Vega, además de fijar la posición de Portes y la Iglesia contra Duarte, procuraba la frustración de la dominicanidad; que la autoridad eclesiástica desconfiaba de un posible gobierno de corte liberal y anticlerical de Duarte y que a la Iglesia sólo le interesaba recuperar sus privilegios y prerrogativas y gravitar de nuevo sobre el poder civil.  Es así como otorga categoría de mitos y especies a los razonamientos de que Portes no conspiró activamente contra Duarte ni contra la dominicanidad, que la Iglesia no fue un factor categórico en la derrota de Duarte y el triunfo de Santana, que ella jamás persiguió políticamente a Duarte, que Portes era un gran amigo de Duarte, que la lucha se dio entre liberales y conservadores, que la Iglesia jamás desconfió de un posible gobierno presidido por Duarte y que Santana se aprovechó de la buena fe de Portes. 
Nuestro autor apunta que el frente opositor a las pretensiones de Duarte y los trinitarios - en el que incluye a Portes junto a Santana, el cónsul francés Eustache Juchereau de Saint-Denys y Tomás Bobadilla - , se valió, entre otros medios, de una carta pastoral para llamar al pueblo a obedecer los designios santanistas, so pena de excomulgación.  En su criterio, este documento se erige en el acto por el cual la Iglesia Católica excomulgó al Padre de la Patria, ya que la fórmula de su redacción se adecúa a una excomunión mayor - latae sententiae -, a contrapelo de la postura que plantea que el texto fija como delito el trastorno del orden político, lo que no configuraba para la época una transgresión canónica. Independientemente de que se esté de acuerdo o no con la tesis del autor, el análisis de este documento es el mayor aporte de este ensayo, pues con él queda determinado el rol asumido por la Iglesia Católica frente a Duarte, la dominicanidad y las ideas liberales.
En voz de Riggio Pou, la amenaza eclesiástica de la excomunión contra los opositores de Santana contenida en la Carta Pastoral de Portes ha sido un hecho ignorado, ocultado o considerado sin importancia  por la mayoría de los historiadores que han abordado el período independentista, quienes se han negado a estudiar dicho documento, redactado en términos religiosos pero concebido con el propósito político de neutralizar a Duarte, en conjunción conspiradora con la proclama de Santana en contra del patricio, dada a conocer en la misma fecha, auxilio por el que sería retribuido por Santana con su recomendación como arzobispo, dignidad que finalmente alcanzó. 
Hay que recordar, a propósito de este planteamiento que “cualquier enfoque historiográfico implica siempre un andamiaje interpretativo”, como bien expresa el sacerdote jesuita Pablo Mella en su recién publicada obra “Los espejos de Duarte” (p.63).  Este autor constata que “los “datos” que ofrecen los documentos siempre se organizan a partir de selecciones ideológicas previas y se expresan en esquemas narrativos determinados” (p-63-64). Sencillamente, la historiografía duartiana, dado su corte positivista, ha seleccionado unos hechos que considera importantes y ha eliminado otros (p.64), entre ellos este, orientándose “a establecer una ortodoxia interpretativa única y excluyente” (p.66).
De la excomunión que para Guido se contiene en la citada carta pastoral se desprenden tres consecuenciasque a su juicio son incontrovertibles: el inicio del descrédito social y político de Duarte, su desaparición de la vida pública en Venezuela y su extrañamiento del país en 1864 por el gobierno provisorio restaurador, después de haber regresado del exilio con el interés de sumarse a la lucha antianexionista. No obstante, respecto de este último hecho, deja espacio también a los celos políticos.
A su vez, dos conclusiones claves extrae el autor de su compulsa y contrastación con fuentes historiográficas: la primera, que la Iglesia Católica no fue auspiciadora de la dominicanidad ni defensora del pensamiento liberal ni protagonista de la Independencia Nacional, aun cuando existieran sacerdotes favorecedores de Duarte; y segunda, que Portes no fue un benefactor de Duarte ni amigo sincero de su familia, sino un hipócrita y un fingidor, lo que demostró cuando el 15 de marzo de 1844 lo recibió en el puerto de Santo Domingo con la frase exclamatoria de ‘’¡Salve, Padre de la Patria!”, siendo un confeso abanderado del proteccionismo.  
En otro plano, al valorar la labor proselitista trinitaria y habiendo establecido el papel negativo de la Iglesia, Riggio Pou resuelve algunos núcleos problemáticos del rompecabezas histórico que constituye la incidencia de la masonería en la Independencia, velada igualmente por el discurso historiográfico. Así, concluye que la estructura y el carácter secreto de La Trinitaria fueron inspirados en el modelo de los templarios masones, pero jamás católico; que su nombre no se corresponde con la Trinidad Católica; que en su juramento imperó el concepto del Dios trino masón y no el católico; que la configuración de la bandera nacional y del primer escudo que apareció en ella son de una total factura masónica, con lo que la Iglesia fue retada con sus símbolos anticlericales, a saber, el gorro frigio, la serpiente masónica y las palabras Patria y Libertad; los demás, es decir, la Biblia, la palabra Dios y la cruz,elementos que aunque de reconocido y amplio uso liberal y masón no pueden atribuirse exclusivamente a ningún grupo ideológico. Tales conclusiones se revelan como un nuevo aporte sobre la figura del Duarte masón, otro de los planos poco estudiados en el laberinto de acertijos que constituye su vida. 
Cuatro consideraciones personales me parece importante hacer en cuanto a este abordaje. En primer lugar, Guido afirma que ocho de los nueve miembros fundadores de La Trinitaria eran masones, aunque no cita la fuentede este dato. Lo que sí se sabe es que, para junio de 1843, Duarte, Félix María Ruiz, Felipe Alfau y Juan Nepomuceno Ravelo, cuatro de los nueve integrantes de La Trinitaria, pertenecían a la logia Constante Unión No.8, fundada en 1822 bajo la orientación de la Gran Cámara Simbólica de Haití y llamada de San Juan de Jerusalén. José Díez, tío de Duarte, era también masón grado 33. 
En segundo lugar, entiendo que Tomás Bobadilla, autor del Manifiesto del 16 de enero de 1844 y primer presidente de la Junta Central Gubernativa, bien pudo haber conocido los planes nacionalistas de Duarte en las reuniones de esa logia, en su condición de fundador y Venerable Maestro que fue de la misma, calidad que acaso gravitó en la decisión de Matías Ramón Mella de integrarlo a la causa. En tercer lugar, Guido da por sentado - aunque yo lo asumo como una hipótesis - que a la citada logia pertenecieron oficiales haitianos, lo que explica que los lazos fraternales que unían a sus hermanos masones dominicanos determinaron la capitulación pacífica del gobierno haitiano el 28 de febrero de 1844. En ese orden, cabe observar que en la entrega de la plaza de Santo Domingo participó el Dr. José María Caminero, uno de los fundadores de la logia y posteriormente miembro y presidente de la Junta Central Gubernativa, en tanto integrante de la comisión designada por la Junta Gubernativa Provisional, de la que formaron parte el propio Bobadilla y Pedro de Castro y Castro, otro de los fundadores del mencionado templo masónico. 
Finalmente,  pienso que los lazos fraternales forjados en la Constante Unión puede que también favorecieran la relación que fomentaron los liberales dominicanos con los reformistas haitianos con el propósito de derrocar el gobierno de Jean Pierre Boyer, si se toma en cuenta que fue el ya mencionado Juan Nepomuceno Ravelo el encomendado por Duarte a fines de 1842 para coordinar las acciones a tomar y que Mella, enviado por Duarte en enero de 1843 tras fracasar la gestión de Ravelo, se hospedó en Los Cayos en casa del general Gerónimo Maximiliano Borgellá, antiguo comandante de Santo Domingo y hermano masón por ser miembro fundador de la Constante Unión. 
Al filo de los doscientos años de su nacimiento, Juan Pablo Duarte sigue suscitando fascinaciones. Expresión de su influjo es la abundantísima bibliografía sobre su persona, que recoge una infinidad de temáticas. Con este volumen, Guido Riggio Pou se inscribe entre los tantos atrapados por su embrujo. Pero esta obra, por convocar a cuestionar planteamientos pretendidamente incólumes, no se inscribe dentro la que Pablo Mella llama la “literatura duartiana”, pues este conjunto de textos históricos justamente “responden al denuedo de fijar por escrito una única interpretación autorizada de Duarte con el objetivo de expurgar las interpretaciones hechas desde los márgenes del poder establecido” (p.67). Más bien “La historia al revés” cabalga entre otras tres categorías propuestas por este autor: el duartianismo de nuevo cuño, que propugna por mostrar la imagen verdadera de Duarte (p.72); la “literatura duartista”, al pretender reconstruir lo hecho por y contra Duarte, y la variante masónica de la “literatura trinitaria”, al posicionarse ante la interpretación católica que explica los significados simbólicos de la sociedad La Trinitaria. 
Bruno Rosario Candelier, en “El sentido de la cultura” escribió: “Creo que la historia, contrario a la estimación generalizada, debe escribirse con pasión porque la pasión anima los hechos, sobre todo, los grandes acontecimientos hazañosos, y está en el trasfondo de las empresas humanas significativas”. Guido Riggio Pou ha escrito con pasión esta propuesta hermenéutica sobre la confrontación de Duarte con la Iglesia Católica y el sector conservador en 1844, interpelando sus vestigios para buscar su resonancia en la contemporaneidad, demostrando que, más que un tema agotado y demasiado trillado, Duarte es una figura recurrente en el laboreo historiográfico.  
“Todo lo que saca a la luz el esfuerzo de un hombre, aunque sea por un día, me parece saludable en un mundo tan dispuesto al olvido”, escribió Marguerite Yourcenar en “Memorias de Adriano”. Esta obra saca a la luz el esfuerzo de Guido por ofrecernos una visión desde un “punto de fuga” distinto del hasta ahora conocido sobre el desempeño de la Iglesia Católica en el proceso de la Independencia Nacional, justamente para procurar que la comunidad intelectual dominicana se avoque a un estudio desapasionado de su rol y con la profundidad de la que ha carecido. Congratulamos pues a Guido Riggio Pou – pariente lejano en el tiempo pero cercano en el afecto - por este valiente atrevimiento, sin importar que ya se encuentre transitando el camino del limbo con olor a excomunión y sin derecho a extremaunción. 


Lic. Edwin Espinal Hernández
Santiago, 12 de diciembre de 2013