Por un país libre

Por un país libre
La Libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a pagarla por su precio - José Martí.

sábado, 11 de junio de 2016

Duarte y Luperón







Verdaderos fundadores de la nacionalidad dominicana

Héctor Amarante


Hombres jóvenes y viejos que se iban a la revolución como quienes van a presenciar un desfile dominicano en la Quinta Avenida de Nueva York reconfirmaron la independencia nacional en las guerras de guerrillas de La Restauración, conjunto de luchas intestinas extendida durante dos años, entre 1863 y 1865.
La república habia sido anexada a España, por Pedro Santana, en fecha 19 de marzo de 1861. En 1863 se desataron las guerras de guerrillas de los patriotas, y un 3 de mayo de 1865 se abrogó la República Dominicana su independencia definitiva. Desde las sangrientas batallas de Santomé y Las Carreras, contra los haitianos, a las de Capotillo y Sabana del Vigia, contra los españoles, se fue forjando la independencia, por héroes, como Santana y Pepillo Salcedo, quienes primero lucharon contra los haitianos, para después traicionar sus principios y su dignidad vendiéndosela a causas antidominicanas; y por héroes como Gregorio Luperón y Eusebio Manzueta, quienes nunca perdieron ni bravura, ni dignidad, ni sentido de libertad.
El gran espíritu y nunca tan bien ponderado héroe de ese capítulo histórico llamado la Guerra de la Restauración, fue Gregorio Luperón, cuya grandeza en función de su sentimiento patrio le ha permitido alcanzar la altura de Juan Pablo Duarte. Sin embargo, tanto Luperón como Duarte, debieron padecer –y hasta morir el segundo- en el destierro. En eso se parecieron a San Martín y Simón Bolívar.
Gregorio Luperón fue el Juan Pablo Duarte de la Restauración de la República, una vez que esta cayó en manos de España mediante la anexión de llevada a cabo por Pedro Santana y por Buenaventura Báez, dos personeros históricos que pretendieron dirigir gobiernos republicanos instaurando dictaduras de hechos; ambos verdaderos príncipes del entreguismo a imperios foráneos de la naciente nación.
Pedro Santana y Buenaventura Báez, a base de violencia salpicada de crímenes, robos, traiciones, intrigas y calumnias, nunca creyeron en la viabilidad de la república, y constantemente, mientras ejercían sus maratones de presidencias nefastas y corruptas, protagonizaron sus respectivas batallas por ver cuál de los dos era más indigno y antidominicano en su afán por entregar a alguien la soberanía nacional.
Contra ellos, y contra algunos dominicanos faltos de fe, Gregorio Luperón, como Pedro Antonio Pimentel, Benito Monción, los hermanos Gaspar y Antonio Polanco, y centenares de nombres más crearon conciencia basada en el pensamiento, en la estrategia y en la batalla tantas veces libradas estas últimas en gran parte del territorio nacional contra las huestes españolas.
La grandeza de Luperón, como soldado, como político, como hombre de dignidad indoblegable, se puede decir - sin exagerar - que alcanza a la de José Martí, y a la de Juan Pablo Duarte, si se piensa que nunca quiso ejercer ningún derecho que no fuera el de vigilar como soldado armado y con el pensamiento por el derecho a la independencia de la República Dominicana. Fue autodidacta, pero se creció en una batalla campal contra las circunstancias y contra el medio, hasta hacerse hombre de letras, hasta hacerse su propio nombre, y hasta procurarse, al fin, de sus días terrenales, su propia muerte.
Libró batallas, escaramuzas, pleitos a machetes y a pistolezos, a espadas limpias, a cañonazos, y siempre salió ileso, con excepción de dos ocasiones en que fue herido. Supo hacerse respetar cuando en una ocasión quisieron hacerlo preso, indignamente, en su residencia sempiterna de Puerto Plata, y desde su bastión hogareño se batió a tiros contra los soldados que fueron a aprenherlo, haciéndolo retirar él solo. Luperón nunca cejó en apartar el escarnio de la anexión, y libró escaramuzas, batallas, tanto en el Este de la nación, como en el Sur, pero sobre todo, en el Cibao, su bastión nacional.
La República se vio libre del despropósito de la anexión sobre el olor a pólvora de los cantones de soldados restauradores, hambrientos, desarrapados, tiznados, descalzos, a veces, pero lleno de dignidad dominicanista, quienes en ningún momento pensaron en intereses personales, sino en hacer libre a la república creada por Duarte. Duarte y Luperón son los verdaderos fundadores de la nacionalidad dominicana. Capotillo es el sello de oro de La Restauración, desde donde Luperón salio héroe
Luperón estuvo en Nueva York, hacia el año de 1884, en viaje de carácter político, y en viaje de salud, pues al llegar a la adultez empezó a padecer de una afonía en la voz, como consecuente de un carcinoma maligno en la garganta, que definitivamente le quiso quitar la vida, pero el no lo permitió, resistiendo todo menos el dolor y la absurdidad de imaginarse delirando y hablando insensateces


Publicadas por Héctor Amarante 


Nota: Hector Amarante ya no esta con nosotros pero le recordamos como un excelente duartiano, hombre de letra y de carrera académica admirable. Fue miembro sobresaliente del Instituto Duartiano de los Estados Unidos, Inc. donde fue querido por todos por su sencillez y gran sentido de la amistad.
Eramis Cruz
Sec. General del Instituto Duartiano de los Estados Unidos.



Padres de la Patria:




Juan Pablo Duarte

Posteado por:Instituto Duartiano de Rhode Island

(1813-1876) (Santo Domingo-Caracas, Venezuela). Padre de la patria. Nació el 26 de enero de 1813, hijo de Juan José Duarte, comerciante español nacido en Vejer de la Frontera, provincia de Cádiz (España) y Manuela Diez y Jiménez, oriunda de El Seibo, República Dominicana, a su vez, de padre castellano y madre seibana.



Según el investigador dominicano Pedro Troncoso Sánchez, es muy probable que el padre de Duarte llegara al país después de firmado el Tratado de Basilea en 1795. ("Vida de Juan Pablo Duarte", pág. 18).

Sin embargo, luego que las tropas de Toussaint ocuparon esta zona (1801) en cumplimiento del acuerdo estipulado por ese tratado, salió del país con su familia con destino a Puerto Rico. Allí le nació un hijo: Vicente Celestino.


La familia Duarte y Diez, regresó después de terminada la guerra de la Reconquista en 1809, cuando nuestro suelo volvió a ser colonia española.
Su padre "trabajó tesoneramente y con provecho, en su negocio de efecto de marina y ferretería en general en la zona portuaria del Ozama, único en su género en la ciudad. En esta época nacieron, además de Juan Pablo Duarte, dos de los cinco hijos llegados a mayores: Filomena y Rosa, y otros fallecidos en la infancia" (Troncoso Sánchez, Ob. cit., pág. 19). Era un hombre de recio carácter, en los momentos difíciles de los primeros momentos de la ocupación haitiana (1822), fue el único comerciante peninsular que se negó a firmar el manifiesto de adhesión a Haití.

Juan Pablo Duarte fue bautizado el 4 de febrero de 1813. Las primeras lecciones de su educación formal, la recibió primero con su madre, y luego con una profesora de apellido Montilla, quien dirigía una pequeña escuela de párvulos.

De aquí pasó a una escuela primaria de varones cuyo nombre se desconoce, donde dio tempranamente muestra de poseer una inteligencia privilegiada. Más tarde fue admitido en la escuela de don Manuel Aybar. Aquí completó sus conocimientos de lectura, escritura, gramática y aritmética elemental.

Después de unos cuantos años, niño aún, recibió clase de teneduría de libros, para luego pasar, ya un adolescente, a recibir la orientación de uno de los más sabios profesores de la entonces recién cerrada Universidad de Santo Domingo: el doctor Juan Vicente Troncoso. Con él estudió filosofía y derecho romano. Aquí también ofreció prueba de una gran vocación de superación, de amor por los estudios.

Deseosos sus padres de no interrumpir las proyecciones en el campo del conocimiento de su hijo, con grandes sacrificios decidieron enviarlo a estudiar al exterior.


Alegoría de la fundación de La Trinitaria por Juan Pablo Duarte. 
Oleo de Radhamés Mejía.



Se ha dicho que ya adolescente, comenzó a germinar en su espíritu el ansia de liberar a su tierra de la dominación haitiana. Pero no hay pruebas de ello. El único informe que se tiene al respecto es que, cuando emprendió su viaje con destino a España, vía Nueva York, en el curso del viaje a esta ciudad, el capitán del buque y don Pablo Pujol —a quien fue recomendado— se pusieron a hablar mal de Santo Domingo, y al preguntarle el primero a Duarte si no le daba pena decir que era haitiano, éste respondió: "Yo soy dominicano". Según datos que merecen crédito, el viaje se llevó a cabo en los finales de 1827 o a principios del 1828, es decir, cuando su edad frisaba en los 15 años.



De Nueva York —donde probablemente pasó algunos meses, pues se perfeccionó en "el estudio de idiomas"— emprendió rumbo hacia España, deteniéndose en Londres y en París. Ya en la península ibérica se ubicó en Barcelona, donde tenía familiares.



Es indudable que este viaje le abrió nuevas y amplias perspectivas. Se ha hablado mucho en relación con este punto. En un ensayo poco conocido, Joaquín Salazar sostiene que su estancia en Nueva York le permitió adentrarse en las intimidades de la política norteamericana de entonces. Y refiriéndose a su permanencia en Londres, Félix María del Monte —que más tarde se convertiría en discípulo suyo y en traidor a su ideario— expresa que se interesó en el conocimiento de las instituciones y la política inglesa. Pero como de nada esto hay pruebas documentales fehacientes, forzoso es llegar a la conclusión de que lo dicho por estos autores merece poco crédito.

De su breve estancia en Francia nada se sabe. Sin embargo, hay que presumir que, hallándose este país en el umbral de un importante movimiento revolucionario, algo tuvo él que captar, pese a su juventud, sobre las causas de la inquietud política allí reinante. A ello debió haber contribuido la admiración que probablemente sentía —dadas su inteligencia y el ansia de justicia que latía en su alma— por la gesta de la Revolución Francesa. Para entonces, lo cierto es que toda Europa se hallaba en plena ebullición política, y que fue durante el tiempo que pasó en Barcelona —tiempo que cubrió casi con toda seguridad más de dos años— cuando el viajero se sintió atraido a fondo por esta ebullición.

Cuatro doctrinas políticas sacudían en esos momentos a aquel continente el romanticismo, el liberalismo, el nacionalismo y el socialismo utópico.

Duarte, en el marco de aquella ebullición de nuevas concepciones sobre la vida político-social, se sintió en gran parte ganado por determinados aspectos de las dos primeras. Hay, además, indicios probatorios de que aprovechó su estancia en Barcelona para estudiar derecho. Fue indudablemente entonces cuando comenzó a perfilarse su ideario político, en el cual el nacionalismo y el liberalismo fraternizan, levantándose sobre un fondo romántico, pensó que nuestro pueblo era depositario de una cultura propia, que lo hacía digno de la independencia política. Alcanzada ésta, la nación debía organizarse sobre la base del institucionalismo de la democracia representativa, que a su vez era un fruto del pensamiento liberal. Puesto que respondían a culturas distintas, sostuvo que entre "los dominicanos y los haitianos no es posible una fusión". Esta imposibilidad no nacía, pues, de diferencias raciales —que antirracismo no admitía— sino culturales.

De regreso al país se lanzó a una lucha sin tregua por concretar el propósito que alentaba. En aras de esta lucha, no escatimó sacrificios. Pese a que pertenecía a una familia importante de la burguesía comercial capitaleña, marginó todo afán de lucro, y rápidamente encontró discípulos y se convirtió en la figura cimera del nuevo movimiento. Era ya el maestro,en camino de devenir el Apóstol.

Fue en el seno de la clase media urbana donde sus ideas encontraron mayor eco. Para entonces, casi toda la aristocracia y demás grupos elevados se hallaban solidarizados con el régimen haitiano, razón por la cual fue imposible obtener, en los primeros años de aquella noble faena, su cooperación. Al irse ensanchando el movimiento, Duarte comprendió que se hacía imprescindible —dado el carácter absolutista del gobierno de Boyer— crear una organización clandestina que, siguiendo el modelo de las sociedades europeas de los "Carbonarios", asumiera la responsabilidadde dirigir las actividades.Así surgió la sociedad "La Trinitaria", que respondió a lo que en el futuro se llamaría una estructura "celular", y cuyos miembros se juramentaron en el momento de la fundación. El lema de esta sociedad fue: "Dios, Patria y Libertad". Luego surgió la sociedad "La Filantrópica", que realizó una importante labor de propaganda mediante la representación de piezas teatrales.






Duarte camino a la prisión. Dibujo de A. Bass.
Colección Franklin Franco.






Simultáneamente con el desarrollo del movimiento trinitario, en Haití, la oposición al gobierno de Boyer fue cobrando fuerza, impulsada por hombres de ideas liberales. Con fino sentido político, Duarte estimó conveniente —como paso previo a la independencia— colaborar con la aludida oposición.



A fin de llegar a un concierto al respecto, Ramón Mella —quien desde hacía algún tiempo se había adherido a "La Trinitaria" partió hacia Aux Cayes, a la sazón el mayor centro oposicionista, y obtuvo pleno éxito en su propósito. Boyer no demoró en ser derrocado, y Duarte contribuyó —en función de figura cimera de la rebelión contra Boyer en la zona oriental— a la consolidación de la victoria, mediante una acción bélica que tuvo lugar el 24 de marzo de 1843, en la ciudad de Santo Domingo. Charles Herard asumió el mando en Haití, como miembro de una Junta de Gobierno integrada por él y otros dos generales haitianos. Para asesorar a esta Junta se formó un Consejo Consultivo de ocho miembros, entre los cuales no figuraba ningún dominicano. Pero Duarte aprovechó la mayoría con que contaba dentro del movimiento liberal —también llamado "reformista"— en la región oriental, para crear bajo su dirección una Junta Gubernativa provisional que sirviera de base a la creación de la República Dominicana. Esto último aparecía condicionado por el acopio de armamento, la elaboración de planes militares y aportes económicos. Claro está: tales apoyos sólo podían obtenerse con la ayuda de la burguesía comercial, importadora y exportadora, y de los latifundistas (hateros), grupos que dándose cuenta de la grave situación política que el "reformismo" estaba creando en haití, comenzaron a alentar ideas colonialistas que se concretaron en las negociaciones cuya culminación fue el Plan "Levasseur". No había, pues, la posibilidad de lograr por el momento la aludida ayuda. Pese a ello, Duarte no cejó en el propósito. Envió a Mella al Cibao con el fin de levantar los ánimos e iniciar allí los correspondientes preparativos insurrecionales; y celebró en casa de su tío José Diez una importante reunión "con el intento de ver si podían unificarse las opiniones".

Fracasó en el empeño... Es más: al trasladarse Herard a la zona oriental, no demoró en tener noticias de lo que se tramaba, razón por la cual redujo a prisión en el Cotuí a Ramón Mella y al presbitero Juan Puigvert —que fueron enviados a Haití— y al llegar a la capital —hecho que la Iglesia Católica celebró con un "tedeum"— emprendió la persecución de numerosos ciudadanos, entre los cuales se encontraban Duarte y sus leales discípulos, Pedro Alejandrino Pina y Juan Isidro Pérez de la Paz. Catorce de los perseguidos fueron encarcelados, pero los recién citados —al igual que Francisco del Rosario Sánchez, quien después de incorporarse a la sociedad "La Trinitaria" logró prominencia en el movimiento— pudieron esconderse. A la postre, a los tres primeros les fue posible embarcarse hacia el exterior, "no habiéndolos acompañado Sánchez, porque alguna enfermeda le obligó a quedarse oculto, corriendo inmensos peligros".

El barco emprendió rumbo hacia el Sur, y después de varios días de viaje, llegó a playas venezolanas. Desde entonces, y hasta la víspera de su regreso a la patria —ya independizada— Duarte se fijó en Caracas.No realizó allí, al parecer, ninguna actividad remunerativa. Durante esos meses, un pensamiento dominó su ánimo seguir luchando por la independencia nacional y hacer en aras de ella todos los sacrificios necesarios. Visitó al presidente de Venezuela, general Carlos Soublette, con el fin de solicitar su cooperación a la causa. Le fue prometida... Pero las promesas no se cumplieron.





“Duarte tras las rejas” 
Dibujo de Alberto Bass.
Colección Franklin Franco.




A Caracas apenas llegaban noticias del país.Era lógico que ello apesadumbrara y desesperara a Duarte. Por eso, en una reunión de venezolanos y dominicanos se acordó que Juan Isidro Pérez de la Paz y Pedro Alejandrino Pina, partieran hacia Curazao, ciudad enlazada con Santo Domingo por viajes frecuentes. Es probable que en el curso de esos meses en los cuales junto a la pesadumbre y la desesperación latió en su espíritu la confianza en el porvenir, redactara el proyecto de Constitución para la futura República, el cual por desventura, llegó incompleto a la posteridad.



Próximo a finalizar el año 1843, Duarte recibió una carta de suma importancia, fechada en Santo Domingo el 15 de noviembre y firmada por su hermano Vicente Celestino y por Sánchez. En ella se le reclamaban urgentes auxilios —especialmente en armas y dinero— y se le hacía saber que después de su partida, "todas las circunstancias han sido favorables". Se le decía, además, que era forzoso apresurarse porque "es necesario temer a la audacia de un tercer partido"; y se le recomendaba que regresara de inmediato al país por el puerto de Guayacanes, con el dinero y el material bélico solicitados. Claro está: si bien la noticia de la buena marcha de los trabajos tuvo que alegrarlo, a esta alegría se mezcló el dolor provocado por la imposibilidad en que él se hallaba de acceder al reclamo. En efecto, pese a sus esfuerzos, no había obtenido ayudas, y meses antes había escrito a sus hermanos exigiéndoles que ofrendaran "en aras de la patria, lo que a costa del amor y el trabajo de nuestro padre hemos heredado". De todos modos, decidió partir hacia Curazao y "hallar medios para fletar un buque y dirigirse a Guayacanes". Salió de Caracas "con la muerte en el corazón, sostenido por su fe en la Providencia". Pero no le fue posible llevar a cabo su propósito: una repentina enfermedad lo obligó a permanecer en Curazao, en compañía de Pina y Pérez de la Paz.


En el curso de esas semanas se produjeron en el país importantes acontecimientos... Sin renunciar al colonialismo, la aristocracia y los sectores pudientes se dividieron en lo relativo a las tácticas a seguir y a la potencia a la cual el país debía subordinarse. En lo que respecta a las tácticas, un importante sector de estos grupos sociales (Tomás Bobadilla ejercía la función de máximo asesor) consideró que lo indicado era pactar con los "duartistas" y luchar por la independencia como primer paso para lograr el protectorado de Francia. El vehículo entre este sector burgués y los "duartistas" fue Ramón Mella, y es casi seguro que para principios de diciembre el pacto ya había sido concertado, pero no hay documentación en la cual fundamentarse para afirmar que Duarte tuvo noticias de ello.

La colaboración de ese sector conservador precipitó el curso de los acontecimientos. Dio dinero para los preparativos insurreccionales y de las primeras comunicaciones que sobre el tópico transmitió el cónsul francé St. Denys, al ministro Guizot, se infiere que dicho cónsul tuvo una velada intervención en los preparativos. Además, la referida colaboración introdujo una novedad teórica en el seno del movimiento: en el Manifiesto del 16 de enero de 1844 —que fue redactado por Bobadilla— aparece por primera vez la palabra "separación" y no se habla específicamente de "independencia". Ello revelaba, con toda claridad, un desvío del pensamiento duartiano, y abría el campo a los propósitos proteccionistas o anexionistas.


Las más recientes investigaciones sobre la gesta del 27 de febrero, hacen ver de la importante participación de Bobadilla, quien se vinculó estrechamente con Santana tan pronto éste llegó a Santo Domingo con sus tropas de "seybanos". Nadie se opuso a que él asumiera la presidencia de la Junta Central Gubernativa que hubo de integrarse. De hecho, Bobadilla asumió la jerarquía política de la República en génesis, y Santana la jerarquía militar. Pero era evidente que Duarte no podía ser marginado. Se acordó, pues, que el buque "Leonor" partiera hacia Curazao para traer a Duarte a la República Dominicana.

El 14 de marzo el Apóstol llegó a la nueva capital, donde fue objeto de un entusiasta recibimiento.Al día siguiente fue nombrado miembro de la Junta Central Gubernativa y comandante del Departamento.

El triunfo del movimiento iniciado el 27 de febrero impulsó al presidente haitiano Herard a que fuera invadida la República con un ejército dividido en dos cuerpos, de los cuales uno penetró por el Norte y otro por el Sur. Correspondió a Santana enfrentarse a este último, logrando una resonante victoria en Azua, el 19 de marzo. Pero en vez de capitalizar esta victoria lanzando una activa persecución contra el enemigo, el aun bisoño jefe militar, prefirió retirarse desordenadamente a Baní y exigir al cónsul francés, que hiciera válidas sus promesas relativas al protectorado. Así las cosas, la Junta Central Gubernativa ordenó a Duarte que se dirigiera a Baní, con una fuerza militar organizada por su discípulo Pedro Alejandrino Pina, a fin de llegar a un acuerdo con Santana sobre la estrategia a seguir contra el invasor. Al no ser posible este acuerdo, Duarte requirió de la Junta la necesaria autoridad para actuar por su cuenta, y la respuesta de este organismo, dominado por Bobadilla, fue ordenarle a Duarte que regresara con sus tropas a la capital. La orden fue cumplida. Pero delataba que el pacto que el sector colonialista había concertado con el "duartismo" —cuya fuerza principal la brindaba la clase media—había quedado roto. Advino así una peculiar lucha de clases que a la postre culminó en el triunfo del sector colonialista.











En efecto, al ser derrotado el ejército haitiano que invadió por el Norte en la batalla del 30 de marzo, en Haití se produjo una grave crisis política que fue aprovechada por Santana para imponer su dominio, casi sin combatir, en toda la región del Sudoeste. En esos mismos días, Bobadilla y el doctor Caminero —que eran en la Junta Gubernativa los representantes más señeros del sector colonialista— convocaron a autoridades y "personalidades notables" a una reunión en la cual, con el apoyo del Arzobispo Portes e Infante expresaron sin reparos sus tesis colonialistas y la decisió de dar vigencia al Plan "Levasseur". Presentes en la reunión Duarte y sus discípulos, elevaron una firme protesta. La división en la Junta Central Gubernativa quedó así confirmada, y puesto que no había posibilidad de llegar a un acuerdo, el 9 de junio Duarte resolvió depurar a la Junta, mediante un acto de fuerza. Momentáneamente, el movimiento se impuso... Pero se produjeron fallos en su realización, razón por la cual no pudieron tomarse todas las medidas imprescindibles para consolidar el triunfo. Ante ello —y en vista de que Mella transmitía desde el Cibao noticias alarmantes— la nueva Junta ordenó a Duarte que se dirigiera a esta región del país, para que restableciera "la paz y el orden necesario para la prosperidad pública".

El 24 de junio, partió Duarte hacia la aludida región. Pero los "colonialistas" no se cruzaron de brazos. Informaron a Santana de lo que acontecía, y éste, a la vez que desconoció el nombramiento de la nueva Junta, decidió rebelarse, el 3 de julio, seguido por las tropas que él dirigía. Entretanto, habiendo sido objeto Duarte de entusiastas recibimientos en las poblaciones del Cibao, Mella promovió en esta región un importante movimiento tendiente a llevarlo a la presidencia de la República, honor que el agraciado solo se dispuso a aceptar, si ello respondía a la voluntad de la población, reveló que en el espíritu de Duarte el trasfondo romántico seguía vivo, pues era evidente que no había en aquellos momentos la menor posibilidad de llevar a cabo una consulta popular sobre el punto. No obstante, bien pudo influir en su ánimo la convicción de que, si aceptaba el honroso cargo, nada podría evitar —dadas las circunstancias— el estallido de una guerra fratricida, a la cual él se negaba a contribuir.La insurrección de Santana triunfó. Con ello, el sector colonialista se hizo dueño del poder y se inició la persecución contra los independentistas radicales. Duarte fue encarcelado en Puerto Plata y remitido a la capital, donde, mediante una resolución gubernamental, fue declarado —al igual que Juan Isidro Pérez de la Paz, Pedro Alejandrino Pina, Ramón Mella, Francisco del Rosario Sánchez, Juan Evangelista Jiménez, Gregorio Delvalle y J. J. Illas— traidor a la patria y expulsado del país. ¡Se inició así para el apóstol el más largo y doloroso de sus ostracismos!Llegó a Hamburgo, Alemania, y desde allí tomó a los pocos días otro barco que lo llevó a St. Thomas. Luego siguió rumbo a Venezuela, país en cuyo interior estuvo doce años. Al fin, se avecindó en El Apure. Casi nada se sabe de su vida en el curso de esos largos años. Herido en lo más hondo del alma, buscó —como buen romántico— el consuelo de la naturaleza. Pero según afirma su hermana Rosa, escribió sobre la historia de su patria y sobre las costumbres de los pueblos que iba recorriendo. Infortunadamente, todos estos escritos se perdieron, "destruidos por las llamas (o) por el fuego de la ambición, que oculta con el manto de la libertad, destruye cuanto encuentra a su paso". Es casi seguro que no tuvo noticias del decreto de amnistía que en favor de él y de sus compañeros, el gobierno de Jimenes promulgó a principios de septiembre de 1848. ¡Y bien parece que dándose cuenta de que arruinado él y su familia, cualquier esfuerzo de su parte por torcer el rumbo político de su país sería estéril, prefirió que el curso de los acontecimientos desembocaran en una coyuntura propicia para su actuación!Esta coyuntura no tardó en presentarse. Meses después de haberse producido la anexión de la República a España, en 1961, le llegó la noticia de la misma, se hallaba aún en la zona selvática del río Negro. De inmediato emprendió viaje hacia Caracas. En esta ciudad recibió proposiciones del cónsul español, entre ellas la de nombrarlo Capitán General de la colonia restaurada. Rechazó tales proposiciones, considerándolas indignas. Luego, el Ministro del Interior de Venezuela le ofreció un cargo, y este apreciamiento también fue rechazado, pues si lo aceptaba, tendría que reconocer "por patria el país a que servía".

En relación con estas proposiciones su hermana Rosa da a entender que él le dijo: "Acepté con júbilo la copa de cicuta que sabía me aguardaba el día que mis conciudadanos consideraran que mis servicios no les eran necesarios (pues) a mí me bastaba ver libre, feliz e independiente mi ínsula". Tomó, pues, rumbo hacia la patria en guerra, con la decisión de incorporarse al movimiento restaurador, del cual recibió informes desde Coro, enviados por Pedro Alejandro Pina. El 25 de marzo de 1864 llegó a Monte Cristy y de allí continuó viaje a Guayubín. Desde esta aldea envió una carta al Gobierno Provisional, informando de su presencia allí, y de su disposicióna incorporarse a la lucha bélica. El Gobierno le contestó mostrando regocijo por su llegada.

Entre otras cosas, la respuesta —firmada por Ulises F. Espaillat, Ministro de Relaciones Exteriores, encargado de la vicepresidencia— dice: "La Historia de los padecimientos de esta patria es la historia de su gloria". Dos semanas después, el gobierno volvió a dirigirse a él expresándole que "habiendo aceptado... los servicios que de una manera tan espontánea se ha servido usted ofrecernos, ha resuelto utilizarlos encomendándole a la República de Venezuela una misión de cuyo objeto se le informará oportunamente. En esta virtud, mi Gobierno espera que usted se servirá alistarse para emprender viaje"...

Pese a que el Apóstol ansiaba "participar de los riesgos y peligros que arrostran en los campos de batalla los que con las armas en la mano sostienen con tanta gloria los derechos sacrosantos de nuestra querida patria", se inclinó ante el requerimiento. En realidad, la República en armas necesitaba entonces de la ayuda moral y material de las naciones americanas fraternas, y nadie estaba más indicado para solicitar esta ayuda, que el Padre de la Patria. Partió, pues, hacia Haití, y desde allí se dirigió a St. Thomas; luego siguió viaje al continente, vía Curazao. Ya en noviembre se hallaba en Venezuela, donde tuvo noticias del establecimiento del nuevo gobierno restaurador, nacido de la depuración que en las filas del movimiento llevó a cabo el benemérito general Gaspar Polanco.



Desde Caracas, le escribió al Ministro de Relaciones Exteriores una importantísima carta de la cual extraemos los siguientes párrafos:

"Quedó impuesto de las razones del Gobierno respecto de su conducta con los traidores, y no quedo menos que decir a usted que mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones: el Gobierno debe mostrarse justo y enérgico en las presentes circunstancias o no tendremos patria y por consiguiente, libertad ni independencia nacional..."

"Báez dice en Curazao (a mí no me lo ha dicho pues no lo he visto), que en el Cibao se trata de una nueva anexión a los Estados Unidos, y que esto los hace estar tan orgullosos, otros suponen un partido haitiano y aún no hay quien hable de un afrancesado. Esto es falso de toda falsedad: en Santo Domingo no hay más que un pueblo que desea ser y se ha proclamado independiente de toda potencia extranjera, y una fracción miserable que siempre se ha pronunciado contra esta ley, contra este querer del pueblo dominicano... Ahora bien: si me pronuncié dominicano dominicano independiente desde el 16 de julio de 1838, cuando los nombres de libertad, patria y honor nacional se hallaban proscritos como palabras infames, y por ello merecí (en el año 1843) ser perseguido a muerte por esa facción entonces haitiana; si después, en el año 44 me pronuncié contra el protectorado francés ideado por esos facciosos y cesión a esta potencia de la península de Samaná, mereciendo por ello todos los males que sobre mí han llovido; si después de veinte años de ausencia he vuelto espontáneamente a mi patria a protestar con las armas en la mano contra la anexión a España, llevada a cabo a despacho del voto nacional por la superchería de ese bando traidor y patricida, no es de esperarse que yo deje de protestar (y conmigo todo buen dominicano) cual protesto y protestaré siempre, no digo tan sólo contra la anexión de mi patria a los Estados Unidos, sino a cualquiera otra potencia de la tierra, y al mismo tiempo, contra cualquier tratado que tienda a menoscabar en lo más mínimo nuestra independencia nacional y cercenar nuestro territorio o cualquiera de los derechos del pueblo dominicano".

Evidentemente, esos párrafos delatan el nacionalismo integral del Apóstol, del cual da también testimonio el Art. 6º de su proyecto de Constitución.

Su misión en la América del Sur, terminó al producirse la restauración de la República. Encontrándose en el poder el general Cabral, vislumbró las desventuras que se cernían sobre el país. Es más: se quejó indirectamente de hallarse, una vez más, en el ostracismo. Escribió: "¿Qué más se quiere del patriota? ¿Se quiere que muera lejos de su patria, él que no pensó sino en rescatarla; y con él sus deudos, sus amigos, sus compañeros, sus compatriotas que no sean bastante viles para humillarse y adorar el poder satánico que adueñado de la situación hace más de veinte años, dispone a su antojo del honor, de la vida, de las propiedades, de los mejores servidores de ese pueblo heroico hasta en el sufrimiento y tan digno de mejor suerte?" ¡Palabras terribles! ¡Anatema —hecho llama— contra los traidores! ¡Reconocimiento de la guerra a muerte entre los que tienen "hambre y sed de justicia" y los "iscariotes, escribas y fariseos"¡ Pese a la visión de ese porvenir aciago, no perdió la fe en su pueblo. Pues su religiosidad lo hacía confiar en la Providencia, y el juicio de Dios es "justiciero". Pero correspondía al hombre puro precipitar ese juicio. Mostró, por tanto, la disposición de contribuir a ello. Quiso, por tanto, reintegrarse a la lucha, "pues el amor de la patria nos hizo contraer compromisos sagrados con la generación venidera (y) necesario es cumplirlos o renunciar a la idea de aparecer ante el tribunal de la historia con el honor de hombres libres, fieles y perseverantes".

No pudo satisfacer esta voluntad... Enfermo de cuerpo y de alma, su vida se fue gradualmente apagando hasta hundirse en la muerte el 15 de julio de 1876.





Francisco del Rosario Sánchez 



De los tres arquitectos de nuestra nacionalidad es Sánchez el que resume el aspecto dinámico que trae como consecuencia el parto de la República Dominicana como país independiente. Duarte fue el creador de la idea, el organizador y el político que traza pautas para corto y largo plazo. Sánchez es quien toma a su cargo llevar a la práctica las consignas elaboradas y sostener la organizacion creada por Duarte para alcanzar la meta señalada.



De los tres padres de la patria es Sánchez también el más polémico, por ser el más activo. Sin la consistencia ideológica de Duarte y con las vacilaciones propias de la clase media, con sus impaciencias e ímpetus que les eran propios, debía tener una carrera política un tanto accidentada que en ocasiones produce la falsa impresión de apartarse del ideal Trinitario. Sin embargo su sacrificio final es una reafirmación de heroicidad y patriotismo que lo caracterizaron en los días gloriosos de la Independencia.


Nació Sánchez un domingo 9 de marzo de 1817 en la que entonces se llamaba calle de El Tapao de Santo Domingo y que hoy es 19 de Marzo. Su padre fue Narciso Sánchez y su madre Olaya del Rosario.

Junto con su hermano Tomás, recibió las primeras ensenanzas de su madre y más tarde pasó a ser discípulo del Padre Gaspar Hernández, cura peruano que era partidario de la separación de Haití y que fue maestro de casi todos los trinitarios. Las cátedras de Gaspar Hernández contribuyeron a fortalecer su espíritu patriótico y condicionaron su posterior determinacion de luchar por la independencia del país.

Al abrigo de la docencia del presbítero limeño nacería más tarcle, el 16 de julio de 1838, la sociedad patriótica La Trinitaria, nutrida con los alumnos que se dieron cita en el sacro recinto de Regina Angelorum. Sánchez continuará educándose hasta alcanzar luces suficientes para desempeñarse como defensor público.

FRAGUANDO LA PATRIA

En la familia hubo el precedente de Siñó Narcisazo, como era tratado entre amigos el padre de nuestro héroe. El viejo anduvo también entre conspiraciones para arrojar del suelo patrio al haitiano usurpador. De manera que los avatares que debió vivir el hijo mientras modelaba la nacionalidad con sus afanes, no le eran del todo extraños ni repudiables al padre.

No se ha establecido que Francisco Sánchez fuera miembro de La Trinitaria pero sí se sabe sin asomo de dudas que fue de los primeros en abrazar el ideal febrerista y que jamás dejó de luchar por alcanzar la realización de ese ideal. Su diligencia sumo muchos dominicanos a la causa de la independencia y fue figura clave en la concertación de la alianza con los conservadores de la cual debía nacer el primer documento separatista, escrito sin duda por Bobadilla, y constituiría un paso táctico muy impor­tante para el logro de la independencia.

Pero donde su labor adquiere rango de primera magnitud es a la salida de Duarte, cuando comenzó para él "una vida de leyenda, increíble, pero verídica", según el decir de su biógrafo Lugo Lovaton. Para esa época estaba enfermo y trató de superar sus quebrantos para realizar cuantas diligencias fueran menester con la finalidad de ponerse en contacto con el patricio y evitar su salida. Sus esfuerzos fueron vanos, pero sirvieron para medir su entereza e integridad de hombre y de patriota.

Cuando las autoridades haitianas descubrieron que era Sánchez el motor que mantenía viva la llama de la lucha independentista, desataron sobre él una feroz persecución. Su cabeza fue puesta a precio y hubo de esconderse para eludir la persecución y la asechanza, en tanto continuaba su labor revolucionaria.

En casa de Félix María del Monte y donde los hermanos Jacínto y Tomás de la Concha hubo de permanecer unos días. En esa ocasión las autoridades haitianas le ofrecieron dinero y un buque para que lo situara en Saint Thomas. Pero Sánchez continuó incansable su labor y como advirtie­ra que los conservadores trataban de llevar a la práctica una maniobra para poner el país bajo el protectorado de Francia redobló sus esfuerzos para ejecutar el plan independentista cuanto antes.

Entonces escribió junto con Vicente Celestino Duarte la ya famosa carta en la que le daba cuenta a Duarte del estado de la situacion y de la necesidad de actuar con rapidez. Era el momento en que "aunque fuera a cosa de una estrella era necesario allegar recursos, supremos recursos y cuando se produjo la generosidad sin límites del Primer Padre de la Patria al ofrendar todo su patrimonio en aras de la emancipación nacional.

Como resultado de la actividad de Sánchez y de José Joaquín Puello, se produjo el hecho del 27 de febrero de 1844, que dió nacimiento a la República. En el momento mismo del hecho victorioso del Baluarte se constituyó un gobierno provisional que expresaba la composición social de las fuerzas triunfantes y como es natural con mayoría del grupo más activo que lo había sido el trinitario.

Sánchez fue elegido presidente de ese gobierno, pero horas mas tarde, los conservadores dominicanos, con el concurso del cónsul francés Saint Denys, variaron su composición de manera que fueran dominantes en él, los que no deseaban la independencia sino el colonialismo, en este caso el de Francia, según un plan ya elaborado que se conoce con el nombre de Plan Levasseur.

La llamada Junta Central Gubernativa quedó ahora presidida por Bobadilla, cerebro de los afrancesados. Este acontecimiento tendrá gran repercusion en nuestra historia porque contribuirá poderosamente a imprimirle la naturaleza anti-nacional a los gobiernos que se sucedieron a lo largo de la llamada primera República y sentará las bases para que apenas dos décadas después se consume la anexión a España.

Es necesario consignar aquí que los latifundistas que obraban como abanderados del colonialismo, tenían mucho más poder economico y social que la pequeña burguesía que enarboló los principios liberales para pro­clamar la independencia y que ese poder unido a la estructura feudal prevaleciente en la economía y en la sociedad en su con¡unto, favorecían la victoria de las ideas coloniales. El resultado del triunfo de las fuerzas más retrógradas fue la persecusión, la prisión, el exilio y la muerte, para la mayoría de los trinitarios. Duarte, junto con Sánchez, fue declarado traidor y expulsado del pais.

Durante todo el período que va desde 1845 a 1860, Sánchez ha de adoptar una conducta flexible, que a veces produce la impresión de traicionar los ideales febreristas. Luchar contra el despotismo estando al alcance del poder sin límites del déspota, es tarea difícil que requiere además de valor, inteligencia, y Sánchez hubo de usar ambas cosas a la vez en gran dosis para resistir los embates de Santana y mantener vivos los ideales febreristas. Por eso se leve unas veces ser su enemigo encarnizado y otras veces contemporizando, mas no traicionando.

Finalmente, cuando Santana hubo consumado la anexjon a España, Sánchez eligió el enfrentamiento frontal y se alzó en armas en el Sur. Herido y hecho prisionero en El Cercado junto con otros 20 compañeros, fue llevado a San Juan de la Maguana, juzgado y condenado en el hoy parque Francisco del Rosario Sánchez y fusilado en el Cementerio el 4 de Julio de 1861.

A la hora de su muerte actuó con gallardía, como correspondía a un héroe de su talla, asumiendo para él solo la responsabilidad de los hechos.

Sus compañeros, tan héroes como él, aceptaron la participacion en la responsabilidad de un hecho que los honraba en tanto que manchaba con el deshonor y la traición a quienes lo condenaron con la iniquidad del patíbulo.





Ramón Matías Mella





Hay quienes narran la historia tomando al individuo de excepción, al héroe, como motor y creador de los acontecimientos. Otros en cambio ponen a la sociedad en su conjunto como la generadora del hecho histórico.



Entre estos ultimos los hay además que afirman que la sociedad se mueve en determinado sentido generando los hechos históricos presionada por leyes sociales que no puede eludir. Entre los primeros narradores de historia a los que nos hemos referido, en la generalidad de las ocasiones el hecho histórico se vincula a la actuación de un hombre de tal manera que esa actuación ha pasado a ser el alma o génesis del hecho mismo.

Así la conquista del Perú se hace depender más de la osadía y destreza de jinete de Hernando de Soto, que de los arcabuces de todos los soldados españoles. En la romántica narración que tiñe de rosados colores las hazañas hispanas que hicieron la infelicidad de las poblaciones incas, la prisión de Atahualpa realizada por Soto alcanza perfil de epopeya.

En sentido opuesto aparece la vacilación de Grouchy en la narración que de la batalla de Waterloo hace Stefan Sweig en “Momentos estelares de la Humanidad". Grouchy pasa a ser el anti-héroe porque no actuó para sumar su concurso al del corso asediado en los campos humeantes de la pequeña Bélgica. Waterloo pudo ser otra cosa y la humanidad hubiera marchado por otros rumbos si el mediocre general francés escucha los reclamos de sus subalternos, al decir del novelista y biógrafo austríaco.

En nuestra historia los acontectmientos del 27 de febrero de 1844 se hacen depender de un trabucazo nervioso que rompi6 las vacilaciones y derrotó las dudas para prender la chispa que sería luego llama sagrada que alumbraría el nacimiento de nuestra nacionalidad.

El autor de ese trabucazo fue Ramón Matías Mella y Castillo. Claro que no fue sólo el trabucazo generador de aquellos acontecimientos. Junto con él, antes y después, hubo otros factores materiales y subjetivos que posibilitaron el triunfo de las ideas de Duarte pero innegablemente que tiene valor histórico suficiente para que quede por siempre en el recuerdo de los dominicanos.

Mella es de los que ocupa posiciones señeras en nuestra Historia por otros hechos más relevantes que demuestran que en él ardió intensamente la llama del patriotismo y sobre todo que puso su vida al servicio de la buena causa que se contiene en el pensamiento trinitario. De los tres Padres de la Patria es el que más se destaca en el terreno de las armas y tiene el mérito de haber combatido con brillantez en las dos grandes guerras liberadoras: en la Independencia y en la Restauración.

Otro mérito de Mella es el haber sido el que más ardorosamente luchó por llevar a la práctica hasta sus últimas consecuencias el pensamiento de Duarte. En efecto, sólo él planteo con claridad la necesidad de que los trinitarios tornaran efectivamente el poder para llevar a cabo las transfor­maciones sociales que habían dado vida al movirniento independentista. Por ello proclama a Duarte como presidente, tratando con esta acción de rescatar de manos de los afrancesados la dirección de la lucha por la estructuración del nuevo estado independiente.

En la casa marcada con el número 64 de la actual calle Sánchez de Santo Domingo nació nuestro héroe. Para ese entonces, el 25 de febrero de 1816, era apenas un bohío de una calle polvorienta de aldea, que servía de hogar a una modesta familia de la pequeña clase media. El padre se nombraba Antonio Mella Alvarez y la madre Francisca Castillo. Temperamento inquieto, la intrepidez fue el sello distintivo de su carácter que en ocasiones ofrecía facetas de cierta volubilidad.

LOS HECHOS

Bastante temprano fue ganado Mella por las ideas independentistas que propagaba Duarte y con toda el alma se entregó a la lucha por materia­lizarlas.

Enrolado en el ejército adquiere conocimientos militares que luego serán de gran utilidad. Formando parte de los regimientos 31 y 32 es trasladado a Haití. Su regreso al país ocurre en momentos en que se profundizan las contradicciones haitianas que se disputan el poder y cuando maduran las condiciones para llevar a vías de hecho las ideas separatistas.

Su primera gran tarea la cumple en este período al salir comisionado para la ciudad haitiana de Los Cayos (Les Cayes) a concertar una alianza entre los trinitarios y los reformistas haitianos que combaten a Boyer. El conocimiento del país y de sus hombres le ayudará mucho en su mision y regresará después de cumplir con éxito la tarea que se le había encomendado.

Luego del triunfo de los reformistas Mella se entrega a una febril actividad tratando de lograr prosélitos para la causa de la independencia. Esa labor lo llevó a acercarse a los grupos conservadores para inclinarlos a luchar por la separación de Haití. Obtenido ese objetivo aparece Mella firmando la manifestación del 16 de Enero de 1844, llamada también Acta de Separación y que es el documento que al mismo tiempo que prodama la necesidad de separarse de Haití, consagra la unión de liberales y conserva­dores, es decir de independentistas y colonialistas, para expulsar del te­rritorio nacional a los haitianos y crear un nuevo estado.

Unos días después se producirá su histórico trabucazo que iniciaría las guerras de independencia que se prolongarían hasta diciembre de 1855. En la guerra es donde Mella cobra verdadera estatura histórica y no tan sólo por los hechos de armas. A principios de marzo de 1844 organizó la región cibaeña para repeler los posibles ataques haitianos y luego partió para el sur para incorporarse a las filas de los combatientes.

Se le designó jefe de Operaciones con asiento en Las Matas de Farfán y allí tuvo que hacer prodigios de destreza militar, de valor y heroísmo para retardar al avance de las tropas haitianas en tanto se organizaba en Azua la defensa que debía parar en seco la ofensiva del enemigo.

Es fama que Mella clavó la artillería negándose a retroceder hasta el último instnte, disparando con sus propias manos el último cartucho. Once días logró contener al enemigo y salvar con ello su division, re­trocediendo luego hasta hacer firme en el Paso del Jura para asistir con sus hombres a la victoria del 19 de Marzo.

Al ocurrir la retirada de los haitianos regresó al Cibao y el 4 de Julio proclamó a Duarte para la presidencia tratando con ello de salirle al paso a los manejos colonialistas que los conservadores venían desarrollando con todo descaro para poner al país bajo la férula colonial de Francia. A causa de esa actitud fue expatriado por Santana y no regresó al país hasta 1848 al amparo de la amnistía promulgada por el presidente Jiménez.

En este momento occurre una de esas acciones que ponen de manifiesto la naturaleza un poco cambiante de su carácter y que ha servido para que algunos con poca razón lo juzguen de traidor. A su regreso se incorporó a las luchas entre las facciones conservadoras colocándose al lado de Santana. Esas relaciones las mantuvo hasta 1860 cuando se hizo claro para él que Santana asesinaba la independencia del país en beneficio de la anexión a España.

Sin embargo antes de producirse la ruptura de esas relaciones incurrió Mella en otra vacilación notable que pone en entredicho su nacionalismo. Esa vacilación ocurre hacia fines de 1853, cuando acepta llevar a cabo una misión que le encomendó Santana. En efecto debía llegar a Madrid y tratar de obtener el reconocimiento por parte de España de la Independencia nacional o el protectorado. Es de suponer que esta última parte de su misión no debió ser para él de su agrado por lo que cabe imaginarse que puso todo su esfuerzo con cumplir la primera parte de su encomienda, esto es el logro del reconocimento de la existencia del estado dominicano como país libre e independiente.

Su nacionalismo queda confirmado al colocarse al lado de los restauradores en 1861, combatiendo arduamente para expulsar a los españoles como antes lo había hecho contra los haitianos. Es famosa la trinchera del Duro que Mella constituyó en un ariete demoledor de la resistencia de las tropas hispanas.

En las luchas armadas que sostuvieron los grupos colonialistas entre sí por hacerse del gobierno para materializar en su provecho la entrega de la soberanía a las potencias coloniales europeas, Mella tuvo también alguna participación, lo que deslustra un tanto su condición de febrerista.

En resumen la vida pública de Mella presenta muchos más aspectos positivos que negativos y los primeros son de tal magnitud que merece que se le siga teniendo como uno de nuestros patricios.

Mella murío en Santiago el 4 de junio de 1864 y antes de morir pidió que su cadáver fuera envuelto en la bandera nacional.


NOTA: TEXTOS DE FLEURY, RICART Y BISONO 

Por qué los dictadores




Fuente: Diario Libre http://www.diariolibre.com/opinion/lecturas/por-qu-los-dictadores-IBDL22280

Con 450 años viviendo bajo dictaduras y tiranías, un pueblo que sólo tiene 515 años de edad podría compararse a una persona de 51 años que hubiera pasado 45 años de su existencia bajo la férula de los dictadores, quiénes eran estos hombres y cómo vivían o actuaban.

Durante muchos años, los temas dominantes de la historiografía nacional fueron Cristóbal Colón y el descubrimiento de América, Juan Pablo Duarte, los padres de la patria, y la independencia dominicana, Pedro Santana y la anexión a España, Gregorio Luperón y la restauración de la República.

Se escribían entonces muchas páginas dedicadas a estos personajes, así como a muchos otros de sus contemporáneos, y los historiadores concentraban su atención más en las biografías políticas de estos grandes actores que en los procesos sociales.

Con la irrupción de Trujillo en el escenario político, un nuevo protagonista cayó bajo la mirada de los historiadores a partir de 1930 y, en las siguientes tres décadas, buena parte de la historiografía dominicana se dedicó a narrar los sucesos de la Era, sin dejar por ello de poner atención a los temas tradicionales.

Muerto el dictador en 1961, y durante los 47 años siguientes, su figura no ha desaparecido del escenario intelectual dominicano. Al principio, los autores escribían para denostarlo, luego para recordarlo y, más recientemente, para interpretarlo, explicarlo y justificarlo.

Llama mucho la atención la fascinación que ejercen los dictadores en la conciencia de los intelectuales, particularmente entre los historiadores y los novelistas. Este fenómeno no es privativo de los escritores dominicanos, a juzgar por las muchas novelas publicadas en otros países latinoamericanos con el tema del dictador.

Varios de estos países tienen una gran biografía o una gran novela histórica o seudo-histórica, ya decantadas, acerca de sus dictadores, a diferencia de la República Dominicana, donde este tipo de obras continúa apareciendo profusamente, pues cada año los escritores nacionales añaden varios títulos a esta temática.

¿Por qué ocurre esta fascinación? ¿Cuál es el encanto del dictador?

Hay varias explicaciones posibles, pero de entre ellas, hay una que podríamos llamar la tesis de la familiaridad, la cual es posible explicar diciendo que el único tipo de gobierno que los dominicanos conocieron durante los primeros tres siglos de su historia dominicana fue una dictadura colonial.

Pocos dominicanos tienen conciencia de que la colonia española de Santo Domingo, que se convirtió en la República Dominicana en 1844, fue siempre gobernada por un personaje que concentraba en sus manos todos los poderes del Estado.

El Gobernador de Santo Domingo no sólo ejercía el poder político, sino que era, al mismo tiempo, Presidente de la Real Audiencia y, por lo tanto, controlaba el poder judicial, concomitantemente con su posición de Capitán General de la isla, que lo convertía en jefe militar supremo de la colonia.

Este gobernante también ejercía un poder incuestionable sobre la Iglesia Católica en virtud del Derecho de Patronato, investido en la monarquía española, que se transmitía a los virreyes y capitanes generales en toda América hispana.

Los cuatro poderes: el político, el judicial, el militar y el eclesiástico, concentrados en una sola persona, durante los primeros 330 de los 515 años de historia del pueblo dominicano.

Al concluir el gobierno colonial español, la sociedad dominicana pasó a ser gobernada por otro dictador, esta vez vitalicio, durante 21 de los 22 años de la Dominación Haitiana, lo cual suma 351 años de gobierno unipersonal, autoritario y centralista.

Por eso no debe sorprender que una vez alcanzada la independencia en 1844, gracias al activismo de los grupos liberales, a la hora de decidir quién debía gobernar la nueva república, los principales actores de aquellos momentos escogieran al más autoritario de los personajes: Pedro Santana.

En su tiempo, Santana fue admirado y odiado, amado y temido, como lo fueron los demás dictadores que le siguieron en el mando. Sumados sus años de gobierno dictatorial a los de Buenaventura Báez, Gaspar Polanco, Ignacio María González, Cesáreo Guillermo, Ulises Heureaux y otros gobernantes similares, los dominicanos arribaron al siglo XX con una tradición de 380 años de gobiernos dictatoriales.

Súmense a éstos los seis años de gobierno fuerte de Ramón Cáceres, los casi dos años de Eladio Victoria y Ramón Bordas Valdez, los ocho años de la primera ocupación militar norteamericana, los treinta y un años de la Era de Trujillo, los diecinueve meses del Triunvirato, y los primeros doce años de Balaguer, y la cifra sube a 440 años, sin contar los más de diez años acumulados de aquellos cortos períodos de guerra y anarquía en los que gobernaban jefes y jefezuelos tan tiránicos como los grandes dictadores.

Con 450 años viviendo bajo dictaduras y tiranías, un pueblo que sólo tiene 515 años de edad, podría compararse a una persona de 51 años que hubiera pasado 45 años de su existencia bajo la férula de los llamados hombres fuertes.

Ésa, más que cualquier otra, parece ser la causa de que la cultura política dominicana todavía esté imbuida de autoritarismo, y que muchos dominicanos, a pesar de haber probado los frutos de la democracia, todavía admiren a los dictadores o que todavía haya personas que propongan el establecimiento de gobiernos de mano dura en el país.

Cualquiera podría decir que por ser tan familiar la figura del dictador, un gran segmento de la población dominicana se resiste a olvidarla o a dejarla partir.

En el lenguaje cotidiano dominicano existen muchas expresiones que reflejan nostalgias de aquellos tiempos idos, en los que la vida del pueblo dependía de la voluntad o el capricho de un solo hombre o de aquellos que gobernaban en su nombre.

La producción literaria e historiográfica reciente, así como la cinematográfica, reflejan esas nostalgias, pero para ser justos hay que decir que también reflejan una profunda necesidad social de los dominicanos de entenderse a sí mismos.

Al síndrome de la familiaridad hay que agregarle también el de la perplejidad. Casi dos tercios de la población dominicana nació después de terminada la Era de Trujillo, más de la mitad nació después del gobierno de Jorge Blanco, esto es, luego de los doce años de Balaguer.

Los dominicanos quieren saber cómo fue su pasado, qué significaba vivir bajo la férula de los dictadores, quiénes eran estos hombres y cómo vivían o actuaban.


Esta es una legítima inquisición para un sujeto social que se crió y creció en el seno de una familia nacional atemorizada que exaltaba los poderes del padre colectivo esperando los castigos y los premios, según la voluntad o el capricho de "Yo, el Supremo".