Por un país libre

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La Libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a pagarla por su precio - José Martí.

sábado, 11 de junio de 2016

Por qué los dictadores




Fuente: Diario Libre http://www.diariolibre.com/opinion/lecturas/por-qu-los-dictadores-IBDL22280

Con 450 años viviendo bajo dictaduras y tiranías, un pueblo que sólo tiene 515 años de edad podría compararse a una persona de 51 años que hubiera pasado 45 años de su existencia bajo la férula de los dictadores, quiénes eran estos hombres y cómo vivían o actuaban.

Durante muchos años, los temas dominantes de la historiografía nacional fueron Cristóbal Colón y el descubrimiento de América, Juan Pablo Duarte, los padres de la patria, y la independencia dominicana, Pedro Santana y la anexión a España, Gregorio Luperón y la restauración de la República.

Se escribían entonces muchas páginas dedicadas a estos personajes, así como a muchos otros de sus contemporáneos, y los historiadores concentraban su atención más en las biografías políticas de estos grandes actores que en los procesos sociales.

Con la irrupción de Trujillo en el escenario político, un nuevo protagonista cayó bajo la mirada de los historiadores a partir de 1930 y, en las siguientes tres décadas, buena parte de la historiografía dominicana se dedicó a narrar los sucesos de la Era, sin dejar por ello de poner atención a los temas tradicionales.

Muerto el dictador en 1961, y durante los 47 años siguientes, su figura no ha desaparecido del escenario intelectual dominicano. Al principio, los autores escribían para denostarlo, luego para recordarlo y, más recientemente, para interpretarlo, explicarlo y justificarlo.

Llama mucho la atención la fascinación que ejercen los dictadores en la conciencia de los intelectuales, particularmente entre los historiadores y los novelistas. Este fenómeno no es privativo de los escritores dominicanos, a juzgar por las muchas novelas publicadas en otros países latinoamericanos con el tema del dictador.

Varios de estos países tienen una gran biografía o una gran novela histórica o seudo-histórica, ya decantadas, acerca de sus dictadores, a diferencia de la República Dominicana, donde este tipo de obras continúa apareciendo profusamente, pues cada año los escritores nacionales añaden varios títulos a esta temática.

¿Por qué ocurre esta fascinación? ¿Cuál es el encanto del dictador?

Hay varias explicaciones posibles, pero de entre ellas, hay una que podríamos llamar la tesis de la familiaridad, la cual es posible explicar diciendo que el único tipo de gobierno que los dominicanos conocieron durante los primeros tres siglos de su historia dominicana fue una dictadura colonial.

Pocos dominicanos tienen conciencia de que la colonia española de Santo Domingo, que se convirtió en la República Dominicana en 1844, fue siempre gobernada por un personaje que concentraba en sus manos todos los poderes del Estado.

El Gobernador de Santo Domingo no sólo ejercía el poder político, sino que era, al mismo tiempo, Presidente de la Real Audiencia y, por lo tanto, controlaba el poder judicial, concomitantemente con su posición de Capitán General de la isla, que lo convertía en jefe militar supremo de la colonia.

Este gobernante también ejercía un poder incuestionable sobre la Iglesia Católica en virtud del Derecho de Patronato, investido en la monarquía española, que se transmitía a los virreyes y capitanes generales en toda América hispana.

Los cuatro poderes: el político, el judicial, el militar y el eclesiástico, concentrados en una sola persona, durante los primeros 330 de los 515 años de historia del pueblo dominicano.

Al concluir el gobierno colonial español, la sociedad dominicana pasó a ser gobernada por otro dictador, esta vez vitalicio, durante 21 de los 22 años de la Dominación Haitiana, lo cual suma 351 años de gobierno unipersonal, autoritario y centralista.

Por eso no debe sorprender que una vez alcanzada la independencia en 1844, gracias al activismo de los grupos liberales, a la hora de decidir quién debía gobernar la nueva república, los principales actores de aquellos momentos escogieran al más autoritario de los personajes: Pedro Santana.

En su tiempo, Santana fue admirado y odiado, amado y temido, como lo fueron los demás dictadores que le siguieron en el mando. Sumados sus años de gobierno dictatorial a los de Buenaventura Báez, Gaspar Polanco, Ignacio María González, Cesáreo Guillermo, Ulises Heureaux y otros gobernantes similares, los dominicanos arribaron al siglo XX con una tradición de 380 años de gobiernos dictatoriales.

Súmense a éstos los seis años de gobierno fuerte de Ramón Cáceres, los casi dos años de Eladio Victoria y Ramón Bordas Valdez, los ocho años de la primera ocupación militar norteamericana, los treinta y un años de la Era de Trujillo, los diecinueve meses del Triunvirato, y los primeros doce años de Balaguer, y la cifra sube a 440 años, sin contar los más de diez años acumulados de aquellos cortos períodos de guerra y anarquía en los que gobernaban jefes y jefezuelos tan tiránicos como los grandes dictadores.

Con 450 años viviendo bajo dictaduras y tiranías, un pueblo que sólo tiene 515 años de edad, podría compararse a una persona de 51 años que hubiera pasado 45 años de su existencia bajo la férula de los llamados hombres fuertes.

Ésa, más que cualquier otra, parece ser la causa de que la cultura política dominicana todavía esté imbuida de autoritarismo, y que muchos dominicanos, a pesar de haber probado los frutos de la democracia, todavía admiren a los dictadores o que todavía haya personas que propongan el establecimiento de gobiernos de mano dura en el país.

Cualquiera podría decir que por ser tan familiar la figura del dictador, un gran segmento de la población dominicana se resiste a olvidarla o a dejarla partir.

En el lenguaje cotidiano dominicano existen muchas expresiones que reflejan nostalgias de aquellos tiempos idos, en los que la vida del pueblo dependía de la voluntad o el capricho de un solo hombre o de aquellos que gobernaban en su nombre.

La producción literaria e historiográfica reciente, así como la cinematográfica, reflejan esas nostalgias, pero para ser justos hay que decir que también reflejan una profunda necesidad social de los dominicanos de entenderse a sí mismos.

Al síndrome de la familiaridad hay que agregarle también el de la perplejidad. Casi dos tercios de la población dominicana nació después de terminada la Era de Trujillo, más de la mitad nació después del gobierno de Jorge Blanco, esto es, luego de los doce años de Balaguer.

Los dominicanos quieren saber cómo fue su pasado, qué significaba vivir bajo la férula de los dictadores, quiénes eran estos hombres y cómo vivían o actuaban.


Esta es una legítima inquisición para un sujeto social que se crió y creció en el seno de una familia nacional atemorizada que exaltaba los poderes del padre colectivo esperando los castigos y los premios, según la voluntad o el capricho de "Yo, el Supremo".


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